Siempre vuelven las horas más oscuras
Y se ciñen al tacto, cautivas de sus sombras.
Hay preguntas antiguas que regresan,
Hieren, sucumben y agonizan
Sin un rastro de luz
Que, al menos un instante,
Orienten el corazón sin rumbo.
¡Cuántas lunas sedientas
Bebiendo nuestros llantos!
¡Cuántas manos cerradas
Al abrazo más tierno!
Al final, siempre queda la palabra.
Al final, solo queda la palabra.
Al final, nunca muere la palabra.
Blas Márquez Bernal, cmf