Severa pero fascinante

Escribo este breve artículo en el día en el que la Iglesia conmemora a los Fieles difuntos. He tenido ocasión de asomarme a un cementerio y de regalarme allí un poco de mi tiempo. Sin más pretensiones. No llevaba programa preciso ni una intención concreta al deambular por allá. Mientras paseaba leía nombres, fechas y epitafios de personas desconocidas, de las más diferentes procedencias y edades. Hice el intento de imaginarme a cada una de ellas en su microhistoria. Supuse que todas terminaron cargadas de grandezas y de miserias, de generosidad y de hipocresía, de verdades y mentiras. Vidas ajenas tan semejantes a la mía.

Este paseo me llevó a rebuscar después una cita que leí no hace mucho. Di con ella en un libro muy querido para mí. Se trata de una afirmación certera y pertinente para este mes de noviembre. Es de una anciana madre hacia sus atolondrados hijos, que bien podríamos ser también nosotros mismos: “Sois demasiado superficiales y no sabéis vivir esta Vida dura pero hermosa, severa pero fascinante”.

Sin la menor duda, se trata de un mensaje acertado para la mayoría de nosotros, tan descontentos, protestones, exigentes, insatisfechos… Recoge la experiencia de una mujer que vivió una larga vida, pero serena; llena del día a día de colores grises, pero amada con intensidad. Y es que, para amar la Vida hay que vivir con plenitud, incluidas sus sombras, sus tormentas, sus fatigas. Es la misma Vida que vivió el Señor. Aquella que nos ofrece cada día en la Eucaristía. Está hecha de entrega, no de malhumor, y produce vida eterna.

Juan Carlos Martos, cmf

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