La palabra “siervo” o “sierva” es un pseudónimo famoso, consagrado por la Biblia. Los que hemos sido educados en la vida cristiana, hemos oído hablar del “Siervo de Yahvé”, esa figura misteriosa que aparece en los Cantos del profeta Isaías y que en la Iglesia identificamos con Cristo en su entrega obediente al cargar con las culpas de todos. O de la “Sierva del Señor”, como se autodefinió María, al final de aquel encuentro en su pobre casa de Nazaret, que le cambiaría la vida.
Pero no está de moda la palabra “siervo-a” en nuestro mundo democrático y exigente. De hecho, no la utilizamos casi nunca en nuestro vocabulario ordinario. Por el contrario, queda más tolerable la expresión “servidora” o “servidor”. Nos parece de lo más usual decir que “estamos de servicio” si es que tenemos la suerte de tener un empleo. A la vez consideramos un título de gloria el “estar al servicio” de un personaje famoso o de una causa noble. El reconocimiento y aplauso colectivos que la sociedad española ha dispensado a los sanitarios en estos tiempos de pandemia lo confirma con evidencias que no precisan explicaciones sino adhesiones. Aún recordamos también el ascenso meteórico que tuvo el cuerpo de bomberos al que apodaron como «The New York’s Bravest» (=Los más valientes de Nueva York), a raíz de sus heroicas intervenciones con ocasión del 11-S.
Frente a ello y como contrapunto, hablamos también de trabajos “serviles”. Una persona servil es aquella que presta un servicio por obligación o por otras razones indignas o mezquinas, y casi siempre oscuras. Tal sujeto se vuelve “vil”, y por tanto “servil” cuando cede ante el poderoso de turno por conseguir un premio; o cuando por timidez se inhibe ante el prepotente para evitar riesgos; o cuando adula al jefe para conseguir una subida de sueldo, o cuando se mantiene ajeno y ausente ante las injusticias, por no complicarse la vida…
En cierta ocasión le preguntaron a un sabio sobre cuál era, según su parecer, el animal más dañino. Después de un breve momento de silencio, respondió con firmeza: “Si te refieres a los animales feroces, el tirano; si hablas de los animales domésticos, el adulador”.
No confundamos el servicio que nos engrandece con el servilismo, que es una ciega y baja sumisión a la autoridad. Animémonos a servir al prójimo siempre que podamos. Pensemos más en “hacer el bien” que en “estar bien” y, al final, estaremos también “mejor”.
Juan Carlos Martos cmf
(FOTO: Cathopic / Fiore Bagatello)