Llegó Jesús a Sicar, ciudad de Samaria
y se sentó junto al pozo,
cansado de recorrer tantos caminos polvorientos.
Era como la hora sexta y el sol de mediodía
acentuaba su sed y sus anhelos.
Y una mujer, sin nombre para poder reconocerla,
llegó a sacar agua de aquel pozo
arrastrando su soledad y cubierto su rostro
con tantas caricias estériles en noches enloquecidas.
Se cruzaron sus miradas y en el silencio de aquella hora
se escuchó el rumor de un Agua Viva
que manaba de un pozo más hondo e insondable.
El rostro de aquel hombre, su mirada
y su palabra eran interrogaciones
imposibles de descifrar
en el quebranto de su vida.
Estaban solos los dos
y el Pozo seguía manando
hasta inundar las riberas
de su corazón sediento.
Se apagaron las horas
y en el balcón de su mirada
el sol se deslumbró enloquecido.
Jesús calmó su sed en el beso enamorado
de aquella mujer renacida.
Y despojada del manto de su vieja servidumbre,
se abrazó al Nazareno.
Y en la colina de sus pechos
tembló la tarde.
Las Palmas, 2012
Blas Márquez Bernal, cmf
(FOTO: Educar con Jesús)
SAMARITANA I (Jn 4, 5-43) EM PORTUGUÉS