Sacramentos de la Vida.

No por muy conocido, no deja de alegrarnos  volver a leer este texto de L.Boff…también el comentario que comparten

Vivir desde la simplicidad, es haber encontrado el camino de los sabios.

José Manuel Caselles, cmf

El sacramento de la colilla del cigarrillo.
Del libro de Leonardo Boff, “Los Sacramentos de la vida”

En el fondo del cajón se esconde un pequeño tesoro: una cajita de cristal con una pequeña colilla; de picadura y de humo amarillento como las que se suelen fumar en el Sur de Brasil. Hasta aquí nada nuevo. Sin embargo, esa insignificante colilla tiene una historia única. Habla al corazón. Posee un valor evocador de infinita añoranza.
Fue el día 11 de agosto de 1965. Munich, en Alemania. Lo recuerdo muy bien: Allá afuera las casas aplaudían al sol vigoroso del verano europeo; flores multicolores explotaban en los parques y se asomaban sonrientes a las ventanas. Son las dos de la tarde. El cartero me trae la primera carta de la patria. Llega cargada de nostalgia abandonada por el camino recorrido. La abro ansiosamente. Escribieron todos los de casa; parece casi un periódico. Flota un misterio: «Estarás ya en Munich cuando leas estas líneas. Igual a todas las otras, esta carta es, sin embargo, diversa de las demás y te trae una hermosa noticia, una noticia que, contemplada desde el ángulo de la fe es en verdad motivo de alborozo. Dios exigió de nosotros, hace pocos días, un tributo de amor, de fe y de embargado agradecimiento. Descendió al seno de nuestra familia, nos miró uno a uno, y escogió para sí al más perfecto, al más santo, al más duro, al mejor de todos, el más próximo a él, nuestro querido papá. Dios no lo llevó de entre nosotros, sino que lo dejó todavía más entre nosotros. Dios no llevó a papá sólo para sí, sino que lo dejó aún más para nosotros. No arrancó a papá de la alegría de nuestras fiestas sino que lo plantó más a fondo en la memoria de todos nosotros. No lo hurtó de nuestra presencia, sino que lo hizo más presente. No lo llevó, lo dejó. Papá no partió, sino que llegó. Papá no se fue sino que vino para ser aún más padre, para hacerse presente ahora y siempre, aquí en Brasil con todos nosotros, contigo en Alemania, con Ruy y Clodovis en Lovaina y con Waldemar en Estados Unidos».

Y la carta proseguía con el testimonio de cada hermano, testimonio en el que la muerte, instaurada en el corazón de un hombre de 54 años, era celebrada como hermana y como la fiesta de la comunión que unía a la familia dispersa en tres países diversos. De la turbulencia de las lágrimas brotaba una serenidad profunda. La fe ilumina y exorciza el absurdo de la muerte…

Al día siguiente, en el sobre que me anunciaba la muerte, percibí una señal de vida del que nos había dado la vida en todos los sentidos, y que me había pasado desapercibido: una colilla amarillenta de un cigarrillo de picadura. Era el último que había fumado momentos antes de que un infarto de miocardio lo hubiera liberado definitivamente de esta cansada existencia. La intuición profundamente femenina y sacramental de una hermana, la movió a colocar esta colilla de cigarrillo en el sobre.

De ahora en adelante la colilla ya no es una colilla de cigarrillo. Es un sacramento. Está vivo y habla de la vida. Acompaña a la vida. Su color típico, su fuerte olor y lo quemado de su punta lo mantienen aún encendido en nuestra vida. Por eso es de valor inestimable. Pertenece al corazón de la vida y a la vida del corazón. Recuerda y hace presente la figura del padre, que ahora ya se convirtió, con el pasar de los años, en un arquetipo familiar y en un marco de referencia de los valores fundamentales de todos los hermanos. «De su boca oímos, de su vida aprendimos que quien no vive para servir no sirve para vivir». Es la advertencia que colocamos para todos nosotros en la lápida de su tumba […].

El último cigarrillo se apagó junto con su vida mortal. Algo, sin embargo, sigue todavía encendido. Gracias al sacramento…

(Añado también esta reflexión a la luz del texto de Boff. Puede ser un buen complemento)

Los sacramentos de la vida
Por Dilia Suárez Maristany, de la Universidad La Salle

Recientemente y por recomendación de mi buen amigo el P. Eleazar Silva, emprendí la lectura de un pequeño libro: Los sacramentos de la vida, de Leonardo Boff. Me sorprendió mucho la lectura de este documento ya que me di cuenta de que en realidad no tenía una idea precisa de lo que es un sacramento. Al leer este libro descubrí no sólo esto, sino algo muy importante: lo que son los «sacramentos naturales», los que pude identificar fácilmente en mi vida cotidiana.

El sacramento es una manera de vivir, de ver las cosas para que dejen de ser cosas por lo que éstas implican a la persona. En la forma de relacionarse con el mundo, el ser humano vive o simplemente pasa por la vida, porque todo puede ser un sacramento. A éstos, se les llama «sacramentos naturales». El autor de los sacramentos de la Iglesia es Jesucristo, que en sí, su propia persona, es el Sacramento de Dios Padre. Estos otros sacramentos son cruciales en el transcurso de la vida del ser humano; se presentan en esos momentos clave en los que uno se cuestiona seriamente acerca, no sólo de la propia existencia, sino de la de Dios mismo. Es entonces cuando Cristo se hace presente una vez más, para recordarnos que existimos por y para el amor. A esto último se le llama «gracia».

Como el ser humano es material, requiere también de cosas materiales para recordar, vivificar y simbolizar su espiritualidad y su pertenencia a Dios; por lo tanto, los sacramentos no pueden involucrar sólo la parte espiritual, sino los símbolos materiales y palpables a la vista del hombre. Aquí entonces encontramos el uso de diversos objetos que no son sólo eso, sino signos vivos de la presencia de Dios en nuestra vida.

Tanto lo espiritual como lo material constituye al ser humano, y lo mismo sucede en los sacramentos. Si faltase alguno de estos dos elementos se corren dos riesgos: el primero es que confundamos con la magia la presencia de Dios en el sacramento, ya que no podemos visualizar ni palpar los símbolos. Y el segundo es hacer de nuestro sacramento sólo un símbolo, sin invocar la gracia y la presencia verdadera de Dios, por lo que sería una condenación y una burla.

 

¿TE CUENTO MI SACRAMENTO?

Quisiera hablarte de mi vida sacramental a partir de hace algunos años: inscribí a mi hija, de 6 años en aquel entonces, en una escuela muy recomendada por mis amigas. Siendo un colegio católico, me invitaron a participar en la Escuela Bíblica, a la que asistí por curiosidad, ya que no le supe explicar a mi hija la relación entre los huevos de chocolate que dejaba el conejo de Pascua y la Pasión de Jesús. Es increíble, pero mi vida cambió radicalmente desde entonces; por primera vez sentí la presencia de Dios en toda mi vida, y, a lo largo de los 4 años que estuve asistiendo a estas sesiones donde se leía y se explicaba la Biblia, no he dejado ni por un momento de sentir ese amor que es lo que me impulsa hoy a seguir adelante desde lo más cotidiano de mi vida, hasta en los momentos de crisis, al lado de mi Padre Dios.

Hace un año mi hija mayor celebró su Primera Comunión; fue algo tan hermoso que lo recordaré todos los días de mi vida. Me esmeré en prepararla junto con la escuela; hasta la fecha y desde entonces le he tratado de dar testimonio de la presencia de Dios en nuestras vidas; pero lo más maravilloso es que ella me da el mismo testimonio día con día, su sola presencia en mi vida es signo de que Dios me ama. Ahora, mi hija menor y yo nos estamos preparando para el mismo acontecimiento, que será dentro de unos meses. Éste es trabajo de titanes, la pequeña es un torbellino, pero estoy convencida de que el amor se corresponde con amor; apenas iniciamos la preparación y ya se notan los cambios de actitud en ella.

Después de leer el «librito» me vino a la mente una «rutina» que realizo a diario y que descubrí como sacramento en mi vida. No importa lo tarde que se me haya hecho ni lo apurada que esté a esa hora tan conflictiva en casa, todos los días, sin excepción, llevo una taza de café con leche a mi esposo y lo despierto con un beso. No hay mucho tiempo para platicar en ese momento, pero su taza de café caliente en el buró todos los días no es sólo eso, no sirve sólo para alimentar su cuerpo ni para que no se vaya con la panza vacía al trabajo, significa el amor que nos une, la atención que siempre quiero tenerle, mis buenos deseos de un día tranquilo y feliz, una sonrisa al empezar el día… En fin, una simple taza de café significa muchas cosas para ambos, y por nada dejaré de hacerlo todos los días, ya que éste es uno de mis «sacramentos naturales».

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