Decía San Pablo: “¡Que el pecado no siga reinando en vuestro cuerpo mortal, sometiéndoos a sus deseos!” (Rom 6,12). El Señor nos pide que, en algun momento de nuestra vida, digamos “¡basta!” al pecado. Se trata de tomar la decisión, de la manera más sincera e irrevocable que seamos capaces, de no volver a cometer un pecado. Dicho así puede parecer algo inútil y poco realista. Porque nadie se vuelve impecable de un día para otro. Ya lo tenemos bastante experimentado.
Pero, si nos examinamos bien, nos daremos cuenta de que de entre los pecados que cada uno cometemos, hay uno que es distinto a los demás, distinto porque es voluntario. Se trata de ese pecado al que secretamente estamos un tanto apegados, que confesamos tal vez, pero sin la verdadera voluntad de decir: “¡Basta!”. Es un pecado del que parece que nunca podemos librarnos, porque en realidad no queremos librarnos de él, o al menos no de una manera inmediata.
San Agustín nos describe en sus Confesiones su lucha por librarse del pecado de la sensualidad. Llegó a rezar a Dios diciendo: “¡Dame, Señor, castidad, –y añadía secretamente una voz interior- pero no ahora!”. Hasta que llegó el momento en que se gritó a sí mismo: “¿Por qué mañana, mañana? ¿Por qué no ahora? ¿Por qué no poner fin a esta vida mía tan ignominiosa?”. Fue suficiente el decir este “¡basta!” para sentirse libre. Solo cuando decimos ese “¡basta!” es cuando pierde casi todo su poder sobre nosotros.
Para conseguirlo necesitamos ver sinceramente qué es lo que tememos que nos quiten, qué es lo que, sin confesarlo, defendemos, mantenemos en el inconsciente y no sacamos a la luz, para no sentirnos después obligados en conciencia a dar el paso difícil. Más que un pecado anecdótico se trata de una actitud pecaminosa a la que hay que poner fin.
En ese momento hemos de pedir a Dios: “Señor, tú conoces mi fragilidad y yo también, pero te digo que te quiero y que a partir de ahora quiero renunciar a eso que me esclaviza. Ayúdame, porque no puedo más”.
Aquí conviene insistir en un punto: ésta es una decisión que se tiene que llevar a cabo inmediatamente, de lo contrario se pierde. Tenemos que apresurarnos a decir “no” a ese hábito perverso, o éste recuperará inmediatamente todo su poder. Si no lo resolvemos de inmediato o lo dejamos para más adelante seguirá igual. Esa decisión es difícil, pero trae mucha paz.
Pero para que ese “¡basta!” sea sincero, tiene que referirse no solamente al pecado, sino también a la ocasión de pecar. Como recomendaba la antigua moral hay que huir de la ocasión de pecado, ya que mantenerla sería como mantener el pecado. Y las ocasiones son como esos animales que hipnotizan a la pera para después devorarla, sin que pueda moverse.
Juan Carlos cmf
(FOTO: Nadine Shaabana)