Rostro/6. Duele y gusta.

Cuando me preguntan por los años de escuela e instituto, quién me lo iba a decir entonces, no hablo de asignaturas, exámenes, agobios o conflictos. Cuando pienso en mi pasado, percibo algunos trazos de ese mosaico construido a base de encuentros y desencuentros, actividades extraescolares, besos, mensajes en trozos de papel, envidias y alguna que otra patada en las espinillas.
La calidad de quienes fueron mis profesores se reordena. La primera en la lista es, hoy, la que nunca pensé que lo sería. A mi admirado profesor favorito, sin embargo, le descubro una carencia afectiva y personal que mis ojos, por entonces, apenas adivinaban.
El tiempo, dicen, pone a cada uno en su sitio. Y, sin embargo, el tiempo no es nada. El tiempo no es más que un espacio cualificado, unafracción de terreno abierto en que las personas vienen y van, entran, se nos acercan, nos miran y, con su fragilidad, nos preguntan quiénes somos.
Una de esas personas era Néstor, repetidor de corazón bueno. Él entró en mi vida la mañana que me leyó, con una lágrima, alguna página de su pasado. Él se quedó para siempre desde el día en que no supo entender mi forma de mirarle. Años después, y a pesar de Instagram, puedo decir que hemos perdido el contacto. No obstante, cuando me miro en el espejo de mi pasado, aparece siempre su rostro difuso. Aún no sabe que le quise. Aún no le he explicado que me ayudó a quererme. Aún, cuando nos encontramos en el recuerdo, duele y gusta a partes iguales…

Martín Areta Higuera, cmf

Start typing and press Enter to search