Dice Lyotard: la muerte –oigan- la muerte
es un estúpido accidente que habla
por sí solo. Y ahora ¿quién entabla
una negociación que desconcierte
esta sentencia débil que se vierte
así, tan de repente, en la vasija
de esta herida común, antigua hija,
bastarda herencia de la humana suerte?
Yo, por supuesto, me resisto al tacto
de este relato corto, de esta blandura
táctil, y te reclamo hacer un pacto
por el tiempo que dure tu locura
tan posmoderna y frágil que el contacto
tenue nos tiña el alba de ternura.
Blas Márquez Bernal, cmf