¿Quién sabe?

Cada día siento más fastidio ante las personas autosuficientes que pretenden fijar la última palabra en cualquier asunto desde sus interpretaciones y opiniones particulares. No es raro encontrarsecon personas así. Desde su particular perspectiva enjuician todo lo se les pone al alcance. Su pretensión, normalmente latente, es dominar para poder controlar y, en su caso, descartar.

Esta actitud se presenta en la vida cotidiana en formas muy variadas, como estas:

  • La sordera, que impide escuchar a los otros. En particular a los que abren perspectivas o a los que opinan y piensan de distinta manera. A éstos jamás se les da la palabra. Se les ignora. Y si hablan, se les descalifica y anula.
  • El hermetismo, que incapacita para integrar y apropiarse de opiniones distintas de la propia. En su interior el intolerante es repetitivo. No sale de su propia opinión, única e incambiable. Ignora que la verdad no es solamente “racional”, sino que es sobre todo “relacional”.
  • La desconfianza del que presupone que el otro viene armado de malas intenciones; o es ignorante; o busca solamente su propio interés; o es un adversario peligroso; o es un iluso; o es alguien con quien no merece la pena perder tiempo; o es un indeseable; o es demasiado listoy, por tanto,más fuerte…

Debajo de estas conductas suele darse un error de bulto: el de creerse poseedor de la verdad en monopolio. Quien lo da por supuesto, está convencido de que lo sabe todo y por ello no necesita ni dudar ni consultar. Y, peor aún, está convencido de que ese don, en principio, ha sido negado a los demás. Ellos no interesan.

Sin embargo la vida nos muestra de ordinario lo contrario. Hay muchas cosas que desconocemos, muchas más de las que conocemos. Nadie crece sin aprender de otros. Cada uno va construyendo su propia alma como una casa que tuviera tantos ladrillos como lecciones aprendidas de otros. De ahí que sea un refrescante alivio desprenderse del apego a nuestros puntos de vida, especialmente sobre aquello que conocemos poco o mal. Solo así damos el paso hacia la verdad. Deberíamos permitir que se repita en nuestra mente un mantra saludable: «¿Quién sabe?». El «no saber» no tiene que ver con el desconcierto ni con la confusión, sino que constituye un soplo de aire fresco. «No saber» exige mantener la apertura mental respecto a las cuestiones para las que no tenemos respuesta de momento. Nos obliga a buscar, a preguntar a otros.

Un dicho hebreo cuenta que, al principio, Dios creó el signo de interrogación y lo depositó en el corazón humano. Somos llamados a hacernos preguntas y conjugar el verbo “buscar”, ese verbo que define a todo hombre y mujer… y que solo se conjuga bien en comunión.

Juan Carlos Martos, cmf

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