PILARES SUMERGIDOS

Uno de los males de la política de hoy es la búsqueda de visibilidad, la preocupación de hacer cosas mediáticas, gestos y frases que pasen en los medios de comunicación. Así lo dijo Manuela Ferreira Leite, en un programa sobre la caída del puente de Entre-os-Rios. Inaugurar un puente, una autopista, un estadio de fútbol favorece la imagen, da derecho a aplausos, rinde votos. Verificar el estado de los cimientos sumergidos de un puente, repararlos, pasa desapercibido: no tiene inauguración, el pueblo no viene, los focos están ausentes.

Este hambre de llamar la atención se percibe en los políticos y en otros sectores de la sociedad. «Quien no aparece, olvida»: luego, no subes, no haces carrera. Lo peor es que, a pesar de la exageración, tiene alguna razón Edson de Athayde: «El cerebro humano comienza a trabajar en el momento en que la persona nace y no se detiene hasta que ella sube a un podio para hacer un mitin». O hasta que vea un micrófono de radio, una cámara de televisión, o simplemente el bolígrafo de un periodista.

En la Iglesia necesitamos más hombres y mujeres que utilicen los «modernos púlpitos» que son los medios de comunicación. ¿No nos envió Jesús a predicar sobre los tejados? Mi admiración por estos multiplicadores de alegría y esperanza. Aplaudo a los que dan la cara en defensa del honor de Dios o de los derechos humanos.

Pero queda la impresión de que algunas personas corren hacia los focos como las mariposas hacia la luz, quemando las alas del sentido común con tiradas demagógicas, afirmaciones inconsistentes, respuestas a todas las preguntas y soluciones a todos los problemas. Temo que, así, la Iglesia adquiera notoriedad pero no gane en hermosura, ande en las bocas del mundo pero pierda credibilidad. El mismo Jesús censuró a aquellos que tocaban campanillas para que la gente se fijara en ellos.

Él ciertamente recomendó que nuestra luz brillara, que fuéramos como ciudad construida en lo alto, que hiciéramos obras que pudieran verse. Pero también nos quiso humildes como la sal, que se diluye en la comida, actuando imperceptiblemente. Nos mandó amasar la vida con fermentos evangélicos, pero sin gestos espectaculares, sin lanzarnos desde el pináculo del templo o de la torre de los clérigos.

Es normal que nos preocupemos por la marginación social de la dimensión religiosa, como si ésta fuera un elemento secundario del fuero privado. Se comprende que nos preocupe el oscurecimiento del sentido religioso en el corazón del pueblo y en su cultura. Porque nuestra fe tiene, sin duda, una función comunitaria y social. Una exigencia de visibilidad. No para protagonizar ni deslumbrar. Pero para iluminar simplemente. Para ser faros iluminados que dan señales a los hombres y mujeres que navegan en la noche.

La visibilidad es el resultado, el fruto – espontáneo, natural, necesario – de la autenticidad. Un espino no dará más que espinas. Una buena planta produce forzosamente buena fruta. Una rosa verdadera perfuma necesariamente. Ya una flor de plástico no hace eso. Una encina brasileña no puede dejar de calentarse. Un montón de papel de color fuego no calienta nada, solo engaña.

Lo que más debilita a la Iglesia – explicó el Papa – no es la disminución numérica, la pérdida de relevancia social de instituciones, otrora gloriosas; la falta de visibilidad. Lo que más debilita a la Iglesia es la pérdida de adhesión al Señor y a la propia misión: el déficit de autenticidad. La Iglesia no florecerá por tener muchos miembros, por llevar a cabo muchos emprendimientos, por mostrar una excelente organización. Crecerá en la medida en que mantenga ardiente el Evangelio y aumente el número de aquellos y de aquellas que, silenciosamente, a la sombra de la Cruz de cada día, edifican un mundo de amor y justicia, verdad, paz y vida.

¿Cómo hacer más visible la gratuidad y el desprendimiento de nuestras obras? ¿Son nuestras prácticas educativas, pastorales, realmente compasivas como las de Jesús? ¿Estamos realmente del lado de la justicia y la verdad, la libertad y la belleza, o simplemente decimos que lo estamos? ¿Ante los desafíos actuales nos limitamos a elaborar discursos de recorte eclesiástico o intentamos hacer de nuestras vidas parábolas que cuestionen y den luz?

«Lo esencial es invisible a los ojos» – escribió Saint’Éxupéry. Si no cuidamos los cimientos, los pilares invisibles, nuestros magníficos puentes corren el peligro de derrumbarse.

 

Abílio Pina Ribeiro, cmf

(FOTO: Khashayar Kouchpeydeh)

 

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