Perfectos desconocidos

Ingmar Bergman, realizador sueco, en una de sus certeras radiografías del alma humana, dirigió en 1973 una miniserie de televisión, trasplantada también a la pantalla grande, cuyo título Secretos de un matrimonio, bien podría servir de lema explicativo de Perfectos desconocidos, la última película de Álex de la Iglesia. Por supuesto, el tono de ésta poco tiene que ver con las reflexiones y formas del director sueco, escorándose en este caso hacia un tono de comedia que termina adoptando ribetes esperpénticos y deja un poso de amargura y desencanto que la secuencia final no logra eliminar por completo.

Un grupo de amigos, tres parejas de duración variable y situación diversa, y un amigo común que está iniciando una relación, se reúnen una noche de luna llena para cenar. Con el fin de dar algo de mordiente a la reunión, a la más joven del grupo se le ocurre proponer un juego: esa noche los móviles serán de dominio público: mensajes, llamadas, whatsapps serán conocidos por todos. Con ciertas reticencias, todos aceptan las reglas de juego, porque son buenos amigos –dicen- y no tienen secretos –dicen también-. El juego deriva en una sucesión de mentiras, medias verdades, traiciones que salen a la luz, indignación mutua, conatos de agresividad… sin atisbos de tragedia, aunque en algún momento, puede aventurarse su aparición.

Al fin y al cabo, Perfectos desconocidos es una comedia, basada en una película original italiana, que hiela la risa y despliega una acerada mirada a las mieles de la vida de pareja. Escepticismo, desconfianza, falsedad, traición son moneda de cambio corriente en las relaciones humanas vistas por el juicio sardónico de Álex de la Iglesia. Demasiado pesimismo se guarda en los pliegues de cada fotograma, una mirada amarga, teñida de sonrisas fingidas, amistades interesadas y superficialidad.

Perfectos desconocidos, además de avisarnos de los peligros que se esconden en la tecnología, o de las ocultaciones que ésta guarda en sus bytes, es una bomba en la línea de flotación del matrimonio o de las relaciones de pareja (no es relevante en este caso que exista sacramento o declaración civil).

En una época en que asistimos a la exposición pública en redes sociales y otros medios, de encuentros y desencuentros de parejas de diverso signo, parece oportuno reivindicar la sinceridad como condición de pervivencia de un proyecto de vida común. La ocultación es garantía de un camino interrumpido.

Hay que apuntar en el haber del realizador vasco una dirección ágil (lo que no es ninguna sorpresa conocida su trayectoria) que sabe mantener el interés a lo largo de todo su metraje, gracias en buena medida al trabajo de todos sus intérpretes que otorgan a sus personajes las necesarias dosis de cinismo, fragilidad, o cualquier otra cuota de carácter predispuesto a la derrota.

Antonio Venceslá, cmf

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