Se adjudica a Martin Lutero la frase «pecca fortiter, sed crede fortius» que se traduce como “peca fuertemente, pero cree más fuertemente”. Entendida de manera correcta hay una gran sabiduría espiritual en esta sentencia. No nos invita a pecar alegremente, como podría interpretarlo una lectura superficial. Se trata, por el contrario, de una receta cargada de luz.
Nos invita a estar siempre allí donde Dios puede ayudarnos después de pecar, a saber, en un estado donde admitamos honestamente nuestro pecado. Una mística británica llamada Ruth Burrows, en uno de sus libros, arroja luz sobre lo que quiso decir Lutero. Cuenta la historia de dos monjas con las que convivió en una época. Ambas, como monjas contemplativas, eran realmente mediocres: habiendo dejado el mundo para buscar a Dios en la oración, la verdad es que en el monasterio tampoco oraban demasiado. Sin embargo, sus actitudes personales, tal como Burrows nos los cuenta, eran muy diferentes.
A la primera, después de algún tiempo, se le diagnosticó una enfermedad terminal. El presagio de la muerte inminente la inspiró para hacer un esfuerzo especial por mejorar. Pero, como es muy difícil superar viejos hábitos, murió antes de haber puesto en orden su vida de oración. Sin embargo, comenta Burrows, tuvo una muerte feliz: la muerte de un pecador que pide perdón a Dios por su vida de pecado.
La otra monja también murió, pero su muerte no fue tan feliz. Según lo explica Burrows, hasta el último momento intentó fingir que no era lo que en realidad era: un ser humano débil y vulnerable.
Después de contarnos esta historia, Burrows hace el siguiente comentario sobre la honestidad y la contrición en nuestras vidas: Solamente un santo, dice, puede darse el lujo de morir la muerte de un santo. El resto de nosotros debemos irnos de este mundo, a nuestros propios ojos y a los ojos de las personas que nos acompañen, como lo que en realidad somos: pecadores que suplicamos misericordia a Dios. Más aún, comenta Burrows, lo que es espiritualmente más perturbador no es nuestra debilidad y nuestro pecado, sino la falta de un arrepentimiento profundo. En términos de Lutero, el problema no es que pecamos, sino que no pecamos con esa osadía que nos lleve a creer en la misericordia de Dios.
Lo que Lutero y Burrows señalan es algo muy subrayado en los Evangelios: que lo problemático en nuestra relación con Dios no es nuestra debilidad sino la justificación, la negación, la mentira y el endurecimiento del corazón frente a la verdad. En las enseñanzas de Jesús hay solamente un pecado con el que Dios no puede hacer nada: el pecado contra el Espíritu Santo que, en el fondo es mentirse a sí mismo y no aceptar la propia verdad.
Esto es algo asumido, sin ningún tipo de recelo, por muchas terapias. Programas como los que usan Alcohólicos Anónimos, Proyecto Hombre, Hogares Claret y otros por el estilo confirman que en los procesos de sanación siempre hay un paso clave y muy crítico: Es cuando la persona debe confesar, dando la cara y frente a otro ser humano, y aceptar la verdad sobre sus debilidades, sin mentir. EI programa lo tiene bien claro: sin este tipo de honestidad no se le puede ayudar. Lutero no defendió la ambigüedad, sino la validez del acto humano de fe.
Juan Carlos cmf
(FOTO: Nick Fewings)