PAZ Y RECONCILIACIÓN EN LA FRONTERA SUR: 2ª PARTE. La Justicia

Así pues, la genuina reconciliación es inconciliable con la injusticia, y todas las personas que sufren sus consecuencias tienen derecho a que se les haga justicia. A partir de aquí, podremos hablar de paz en las fronteras. La humanidad necesita esmerarse porque la impunidad desacredita el orden moral y legal y, por ello, invita a nuevas transgresiones. Eso sí: la misma justicia exige que sea aplicada en la debida proporción y sin parcialidades a todos los delitos. El pañuelo que cubre los ojos de la diosa justicia no le permite condenar unos delitos y disculpar otros. Ninguna iniciativa ideológica debe emponzoñar el ejercicio de la justicia. Como afirma Jon Sobrino, si anhelamos curar la realidad que fecunda injusticia y violencia tendremos que comprometernos en desmantelar las ideas que la justifican, las situaciones que la propician, las estructuras que la perpetúan y las conductas que la encarnan. La justicia refuerza a la reconciliación a ser lúcida, sutil y legítima.

 

Por tanto, las fronteras más violentas y más injustas, provocadas por la vulneración constante y continua de los derechos inalienable de las personas y los pueblos, y por las múltiples discriminaciones de carácter racista, sexista y religioso, son aquellas fronteras geográficas y políticas, como la “Frontera Sur de Europa” que señalan la diferencia entre la dignidad y la miseria, la garantía de los derechos fundamentales y su desprecio despótico, la esperanza y la frustración, la vida y la muerte. Cuando tantas personas pierden la vida cada año ahogadas en las rutas de la muerte, (en lo que llevamos de año 2022 ya son más de 800 personas fallecidas y 30 embarcaciones desaparecidas), dejando atrás guerras y hambre no se necesitan grandes análisis para interpretar a qué nos convoca el Dios de las bienaventuranzas.

 

Estamos hoy llamados, a acoger, proteger, promover, e integrar a los migrantes y refugiados en su tránsito, compartiendo el pan con ellos, haciendo de sus padecimientos y luchas las nuestras, al tiempo que trabajamos por transformar un sistema que esquilma los recursos naturales de los países del sur, refuerza regímenes autoritarios y alimenta conflictos bélicos, para luego cerrar fronteras y ojos ante los millones de personas que llaman a nuestras puertas a consecuencia de todo ello.

 

La herida cruel y dolorosa que supone para los sueños de tantas personas en estas fronteras también se reproduce lejos de las vallas, de los puestos de control de las estaciones marítimas y aeropuertos o de los espacios salvajes en los que las personas se someten a la ley del más fuerte. La descubrimos también en terrenos cercanos a la cotidianidad de las sociedades del bienestar: en los centros sanitarios donde el derecho a ser asistido ya no se considera un derecho universal; en torno a los CIE, donde a miles de personas se les priva de libertad como primer paso a la expulsión; y en el debate público en el que los migrantes son siempre ese “otro” objeto de atención y discusión, y pocas veces sujeto para construir sociedad de manera compartida. Y se nos urge a que también estemos en estos espacios como iglesia y como claretianos.

 

Sin lugar a duda que la paz, en estos momentos, se ve profundamente amenazada por números conflictos bélicos silenciados en todo el mundo, el de Ucrania está desestabilizando la “apacible Europa”, y por supuesto sus fronteras, y sus consecuencias en un mundo globalizado todavía están por definir. En la base de todos estos conflictos se encuentra, otro peligro igual de grave y destructivo, como los citados anteriormente, e igualmente silenciado y al que no puedo profundizar en este artículo: el ejercido por los centros de poder económico contra los pueblos y países del Sur, que genera hambre, pobreza, muerte y explotación. Es una violencia estructural, es una violencia institucional, incluso es una violencia de la injusticia que, además de ser negación de la vida, constituye un atentado contra la paz. Continuará.

 

José Antonio Benítez Pineda, cmf

@benicmf

(FOTO: Noticias Obreras)

 

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