PAZ Y RECONCILIACIÓN EN LA FRONTERA SUR (1ª Parte)

Por desgracia, la paz se ve continuamente acosada por fuerzas contrarias como la violencia, la intimidación, el miedo o la provocación, y todas en sus diversas modalidades históricas. La paz es uno de los tesoros más buscados de la humanidad y, a su vez, uno de los más frágiles; el más anhelado y, también, el más amenazado; constituye un ideal que se pretende conseguir, pero cada vez aparece más lejano. Todos quieren la paz y llegar a acuerdos, pero éstas ceden paso a la hostilidad por doquier.

 

Por otro lado, estamos convocados a la reconciliación, aunque nos digan que esa misión es un buenismo que da alas a la xenofobia. Y, aunque no son pocos los que piensan de este modo, la paz precisa ser completada y consolidada por la reconciliación, que es el alma de la paz. Y, es necesario recordar que una reconciliación que no reconozca, repare y ayude a las víctimas estará viciada de raíz.

 

En ese mismo sentido, la reconciliación tiene sus fundamentos en la fidelidad plena al principio ético principal que es la persona humana por encima de cualquier otro principio y/o motivación. Ninguna ideología, ningún proyecto político, ninguna devoción a la patria, ninguna razón de Estado puede anteponerse a la vida, a la integridad física, a la conciencia, a la dignidad moral de la persona humana. Asesinar, truncar, martirizar, arrebatar, dañar, corromper a una persona no tiene justificación moral en ninguna circunstancia. Ninguna pretensión humana tiene poder sobre la vida y la muerte de sus semejantes. Atribuirse este poder es torcido, impío y obsceno. Para un creyente es suplantar a Dios, único Señor de la vida y de la muerte.

 

Por desgracia, y en no pocas ocasiones, en la Frontera Sur de Europa, la dignidad humana se ha visto empañada, pero no ha sido la única, “la verdad” es una de las muchas víctimas de esta confrontación violenta. En esta frontera como en las otras fronteras de este mundo, se practica la barbarie sin luz ni taquígrafos. Se ha desfigurado la verdad de los hechos con apologías absurdas y sectarias nacidas de una ideología inhumana y detestable. El déficit de verdad ha consistido a veces en que ciertas injusticias no han existido porque no existen jurídicamente y no existen jurídicamente porque no se quiere que existan. En palabras de Jon Sobrino, la verdad es esencial para responder a la realidad, no sólo como superación de la ignorancia y de la indiferencia sino ante y contra la innata tendencia de someter la verdad y dar positivamente un rodeo ante la realidad. (Cf. Espiritualidad y seguimiento de Jesús).

 

En segundo lugar, para apostar por esta reconciliación, tal como apuntábamos más arriba, es de obligado cumplimiento acabar con la situación de injusticia que experimentan nuestras fronteras y que tiene su origen en la injusticia estructural que viven los pueblos y los países del Sur, y que suele ir acompañada de violencia represiva, en todos sus ordenes. El último botón de muestra ha sido la masacre ocurrida en la valla de Melilla. Esta injusticia estructural es la violencia originaria, y constituye la primera y fundamental forma de violencia, y es una de las raíces más importante de las demás formas de violencia que palpamos en la Frontera Sur.

 

En definitiva, creo que es en estas coordenadas de conflictividad histórica generada por la injusticia estructural donde procede abordar el problema de la paz y la reconciliación en la Frontera Sur en toda su complejidad y donde cabe preguntarse por su construcción. Lo contrario sería cinismo, ingenuidad o evasión.

 

Nunca perdamos de vista que la verdadera paz nunca está segregada de la justicia. Sin la actuación de la justicia no es posible la paz. Esta es la concepción profética que recorre toda la Biblia. La paz que anuncia y realiza Jesús no se queda en la mera tolerancia, en la simple bondad o en la calma chicha, sino que se traduce históricamente en la denuncia decidida de las causas de la división profunda entre los seres humanos y en una opción por los pobres y oprimidos y contra las estructuras opresoras. Esa actitud solidaria con la causa de los pobres constituye su opción más profunda y existencial, enraizada en el misterio del Dios que se revela en los márgenes de la historia (J. Sobrino/ I. Ellacuría).

José Antonio Benítez, cmf

 

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