Experiencia del dolor y la soledad en la pastoral con los enfermos. Y, por encima de todo, el
amor y la esperanza cristiana en estos momentos del atardecer de la vida.
Llevo varios años en el servicio a los enfermos, acompañándoles corporal y espiritualmente con
la comunión y el sacramento de la unción de enfermos, en sus casas ,y algunas veces, en los hospitales.
Trato de hacerme cercano y mostrarles el cariño y el amor de Jesús por ellos. A su vez, estos
encarnan al Cristo sufriente, vencedor del dolor y de la muerte. Encuentro casos diversos y algunos muy
complicados.
Reciben con alegría nuestra presencia, tanto mía como la del equipo de pastoral de la salud,
enviados por la parroquia del Carmen en Málaga.
Aprendo mucho de ellos: todo lo que les ha sucedido a lo largo de la vida, lo que han hecho en
favor de los hijos, cómo les ha ido en el trabajo, las circunstancias de su entorno, etc. Son un libro abierto
con momentos de dificultad y de logros, son transparentes cuando se expresan.
Puedo decir que me encuentro muy a gusto con ellos y con los familiares que les cuidan. Me llega
al alma verlos cómo llevan la enfermedad, cómo aceptan la voluntad de Dios y confían en su
misericordia.
Rezo por ellos cada día para que les cuiden con amor y para que les traten con ternura porque
ellos son bendecidos por Jesús: “…estuve enfermo y me visitasteis…”
Esta experiencia me hace más compresivo con la realidad de los demás, con la fragilidad y
debilidad del ser humano. El respeto y consideración que me merecen, me dicen que estamos pisando un
lugar sagrado, que estamos tocando la divinidad, atravesando un puerta que nos abre a la esperanza.
Miguel Maestre Muñoz, cmf