Pájaros de verano

El narcotráfico es un filón temático muy socorrido por producciones de diverso tipo, tanto en cine como en televisión. La lista de películas que abordan esta triste realidad es larga: El precio del poder, Salvajes, Traffic, Loving Pablo… Netflix se apuntó un notable éxito con Narcos. En Pájaros de verano el realizador colombiano Ciro Guerra nos invita a asistir al nacimiento del narcotráfico en Colombia. El comienzo de la película parece casi un documental etnográfico sobre los rituales de cortejo de los indígenas que habitan el departamento colombiano de La Guajira, pero pronto deriva hacia otro terreno bien distinto, describiendo cómo el tráfico de droga afecta a la población anclada en ritos ancestrales y cambia por completo su estilo de vida moldeando sus costumbres y tradiciones, e introduciendo un mundo ajeno de valores e intereses.
Dividida en cinco cantos (Hierba salvaje, Las tumbas, La bonanza, La guerra, y El limbo), desarrolla una historia que comienza a finales de los años sesenta del siglo pasado y se alarga hasta comienzo de los ochenta. El punto de partida es la necesidad del protagonista de conseguir la dote exigida por la familia de la mujer con la que desea casarse. Y, animado por un amigo ajeno a sus valores y su cultura, encuentra en la venta de la droga a un grupo de estadounidenses que merodean por la Guajira haciendo proselitismo anticomunista, el medio de conseguir el dinero suficiente para adquirir los animales y abalorios exigidos. A partir de ahí, el dinero fácil produce un cambio en su vida y su modo de actuar y afecta a su familia y la comunidad indígena a la que pertenece.
Siendo éste el hilo de la trama, hay otros aspectos dignos de resaltarse. Uno de los personajes principales es la matriarca del clan, madre de la esposa del protagonista, una mujer de fuerte carácter, celosa de las tradiciones, e inflexible cuando se trata de defender su familia, aun a costa de violar principios constitutivos de su vida tradicional. Por otro lado, la historia destaca también la rivalidad que nace entre miembros de la misma familia a causa del cambio que un ritmo de vida diferente trae consigo. Por otra parte, hay que subrayar el aislamiento que provoca una dedicación tan absorbente a una actividad ajena a la tradición vivida desde hace mucho tiempo. La aldea comunal, signo de relación e intercambio, que aparece en la primera secuencia de la película, se convierte con las ganancias del narcotráfico en una casa bien construida, tal vez más cómoda, pero aislada y sola en medio de un páramo desolado. Es un signo visible del cambio no solo físico, sino emocional que trae consigo la ganancia fácil.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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