Padre y soldado

Varias referencias me vinieron a la mente durante la proyección de Padre y soldado. Por un lado, Indigénes de Rachid Bouchareb, epopeya de la intervención de soldados magrebíes en el ejército francés durante la II Guerra Mundial; y por otro, el drama antibelicista diseñado por Stanley Kubrick en Senderos de gloria, igualmente sucedida, como Padre y soldado, en las trincheras de la I Guerra Mundial. Visión de la dominación colonial francesa y sinrazón de la guerra que envuelve sin quererlo a personas ajenas al conflicto que intentan sobrevivir a la barbarie en la que se han visto involucrados en contra de su voluntad.

La película, tras un breve prólogo, comienza en las luminosas llanuras de Senegal, donde Bakary y su hijo Thierno conducen su rebaño entre el polvo y la sequedad de la sabana. Disfrutan de la vida familiar y la protección de su clan que acompaña su vida tranquila. Pero hasta allí llega la guerra que se está librando en Europa, en forma de reclutamiento forzado de Thierno que ha de luchar en la contienda que se libra en un lugar lejano del que no sabe nada. Ante esa situación, Bakary decide alistarse para acompañar y proteger a su hijo.

Y de la luz africana pasamos al tono grisáceo y oscuro del frente de guerra. Todo cambia: la lluvia, el cansancio, el hambre, el sinsentido, la sangre, la desesperanza… Bakary y Thierno se ven abocados a la pura supervivencia. Para ello, ocultan que son padre e hijo, intentan buscar una ocupación alejada del frente, trabajos de retaguardia que les mantengan a salvo de las balas y los obuses. Y, en última instancia, intentos (baldíos) de escapar de aquella pesadilla y volver a su vida de siempre.

Padre y soldado, titulada en su original Tiradores, incluye en su discurso una visión nada complaciente del colonialismo francés: alistamientos forzosos y una mirada patriotera que subordina el valor de la vida humana a pretendidos objetivos militares (algo que Senderos de gloria ponía en evidencia de manera mucho más crítica que esta película) aun cuando esté en juego la vida de tu propio hijo (caso del general responsable de la parcela de guerra que nos ofrece el realizador Mathieu Vadepied). Por otro lado, no se elude una mirada racista (que la emparenta con la citada Indigenes) que convierte en carne de cañón a ciudadanos de los países colonizados en busca de la grandeur de la metrópoli.

Es una historia interesante, aleccionadora, y bien interpretada por Omar Sy, popular actor en Francia, que aquí ofrece un registro muy diferente al que nos tiene acostumbrados. Su participación en la producción de Padre y soldado da fe de su interés personal por retratar un episodio oscuro de la historia de Francia, que retrasó muchos años el estreno de la película de Kubrick, pero (los tiempos cambian) no ha impedido que ésta haya sido un sonado éxito en el país vecino.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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