Cuando han transcurrido varios meses de la fecha de su estreno me detengo esta semana en Oppenheimer, una película más que interesante, un acercamiento a la figura del creador de la bomba atómica. Me sucedió algo curioso. Cuando vi la publicidad de la película la anunciaban con una duración de 108 minutos, lo que me parecía más que razonable, teniendo en cuenta cómo se prolongan hoy día muchas producciones. Comencé a verla, interesándome por la historia y el modo como está narrada. En un momento dado, me dio la impresión que duraba más de lo anunciado, miré el móvil, vi que ya habían transcurrido 150 minutos de película y estaba lejos de terminar.
Sucede con Oppenheimer que está dividida en dos segmentos que se van intercalando. Por un lado, todo el proceso de investigación que condujo a la creación de la bomba que detonó en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945 poniendo fin a la segunda guerra mundial en el Pacífico (hacía unos meses ya había concluido en Europa). Esta parte es interesante, está formalmente desarrollada de manera atractiva y contiene algunas escenas que desvelan el virtuosismo narrativo de Christopher Nolan, su realizador. La secuencia de la prueba definitiva del artefacto en el desierto de Nevada es sencillamente espectacular. Podría dar la impresión que es la parte fundamental de la película, ofreciendo la detonación de la bomba como el climax de la misma.
Pero hay otra parte, no menos interesante, más reflexiva, en la que coexisten las dudas que vivió Robert Oppenheimer después de su trabajo, abogando por la supresión de toda arma nuclear y el juicio al que se vio sometido, acusado de poco patriotismo y espíritu antinorteamericano.
A pesar de su larga duración, mantiene el interés y revela la capacidad de su director por construir un universo personal, incluso íntimo, dentro de la envoltura de una película de gran producción.
Una mención especial merece la interpretación de sus protagonistas, numerosos, pero de manera particular citaremos a Cillian Murphy, que se pone en la piel de Oppenheimer con convicción y credibilidad, y Robert J. Downey, su alter ego, o su némesis, que carga con el amargo papel del colega fracasado y envidioso. Además, hay otros muchos y algunas (Emily Blunt y Florence Pugh, en papeles que merecían ser más desarrollados) que construyen una arquitectura barroca y muy atractiva.
En los tiempos que vivimos, tan convulsos y amenazantes, con formas de violencia que destruyen haciendas y vidas, una película como ésta es un serio aviso de las consecuencias que se siguen de actitudes inconscientes y mezquinas. Cuando Oppenheimer se entrevista con el presidente Truman y le expresa su malestar por los efectos radicales de la bomba que ha contribuido a crear, el mandatario estadounidense se muestra frío e insensible. Quienes por el puesto que ocupan y los medios que tienen a su servicio, deberían ser particularmente atentos y cautos, se revelan seres con una conciencia adormecida, apenas viva. Son seres peligrosos que colaboran a hacer de nuestro mundo un lugar inestable y amenazador, sobre todo para los más indefensos. Una película como Oppenheimer nos previene de ellos y sus delirios de grandeza, además de ofrecernos una estimulante lección de historia.
Antonio Venceslá Toro, cmf