Obesidad navideña

En estos días de diciembre, al transitar por las calles de cualquiera de nuestras ciudades, nos topamos con el bullicio consumista, al que la variante ómicron no ha logrado derrotar, al menos por ahora. El espectáculo de multitud de luces en las calles y de infinitos artículos en los comercios es fascinante e irresistiblemente seductor. ¿Será también símbolo de una Navidad rica en productos hasta el exceso pero pobre de espiritualidad hasta la extenuación?

En Navidad nos amenaza la obesidad. Infinidad de WhatsApp lo difunden sin recato. Está incluida como una más las enfermedades de la opulencia junto con la diabetes, la hipertensión y la arterioesclerosis. En Navidad comemos demasiado y mal. Esa enfermedad se dispara sin frenos en estas fechas. Hay comidas familiares, de trabajo, de amigos… hasta el hartazgo. Factores sociales y ambientales, que no son nocivos en sí mismos, nos ponen muy difícil controlar y evitar el atiborramiento. No hay estómago humano capaz de metabolizar saludablemente lo mucho que se puede llegar a ingerir en estos días. Y sabemos de sobra que cuando se come con exceso,  poco a poco, el cuerpo va aumentando de peso peligrosamente hasta deformarse y dañar de manera inmisericorde órganos vitales esenciales como riñones, corazón, páncreas, cerebro… Esa Navidad gastronómica se muda en peligroso factor de riesgo.

Un día Chesterton, famoso obeso y pensador inglés, confesó bromeando lo que no debería ser motivo de risa: “Ayer en el metro tuve el placer de ofrecer mi asiento a ¡tres señoras!”. Prestemos atención a este dato: para nosotros los occidentales una pesadilla navideña es la obesidad, el mandamiento de después de las fiestas será la dieta, aunque el impulso dominante ahora sea el de comprar, antesala del derroche… Pero no debemos olvidar que para muchísimos hermanos y hermanas nuestros, unos más lejanos y bastantes más cercanos… (¡Fratelli Tutti!)… su pesadilla navideña será de nuevo el hambre, su mandamiento, la supervivencia y su impulso será rebuscar en la opulenta basura de nuestro derroche.

San Pablo resumió la Navidad en una frase que debería sonarnos más a invitación que a reproche: “Cristo, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8, 9). Jesús se puso “a dieta de divinidad” cuando vino al mundo. Hizo el saludable ejercicio de hacerse pequeño y pobre, el último de la fila. Que mirándole a Él, tan pequeñito, no nos atonten los fuegos fatuos del consumismo, del gastar o del comer hasta enfermar. Aprendamos la lección del Niño de Belén para esta Navidad: Comer –consumir- menos y amar más. El auténtico amor tiene dos lados: Compartir con el otro y sufrir por él. Para amar hay que hacerse pequeño y gobernar los deseos destructores.

Juan Carlos cmf

(FOTO: Carlos Daniel)

 

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