Nunca, casi nunca, a veces, siempre

Si reducimos la trama argumental de esta película a decir que “una joven embarazada y sin recursos viaja junto a su prima desde un pequeño pueblo de Pennsylvania a Nueva York con el propósito de interrumpir su embarazo” no estaremos mintiendo. Es verdad que Nunca, casi nunca, a veces, siempre, va de eso. Pero si la reducimos solo a su eje argumental tal vez estemos prejuzgándola y valorando solo la historia que nos cuenta (y la película en su conjunto) en función de las convicciones personales del espectador respecto a una práctica como el aborto provocado, que suscita reacciones tan encontradas.

Creo que sería un error pensar que si apoyo el aborto, apoyo la película; y al contrario, si me parece una práctica inmoral, rechazo la película.

Podemos incurrir en una actitud no rara, que consiste en valorar una obra artística por la afinidad o no con los postulados ideológicos que la sustentan. Este principio quitaría valor a obras importantes de la historia del arte que han pervivido más allá de la ideología (funesta) de sus autores.

Digo todo esto porque, a mi juicio, estamos ante una película más que digna, merecedora de atención y de que no se la despache en función de la historia que cuenta. Y esto no implica coincidir con la decisión de su protagonista, pero tampoco excluir por principio cierta dosis de empatía ante la situación a la que la joven Autumn se ha visto abocada y el modo cómo afronta su problemática estancia en la gran ciudad.

La realizadora Eliza Hittman parece colocarse en una posición de suma objetividad e invitarnos a los espectadores a acompañar, sin prejuzgar las situaciones. ¿Es esto posible? Para ella parece que sí, porque en ningún momento asistimos a dilemas morales, como si una decisión de este calibre estuviera exenta de reflexión. Conocemos a Autumn cuando acude a un centro de salud en su pueblo para hacerse una prueba de embarazo. Confirmado su estado, no hay duda ni angustia. ¿Realmente todo puede ser tan sencillo? (Admito que la pregunta ya está presuponiendo una toma de postura moral ante la interrupción voluntaria del embarazo).

Es cierto también que no es una situación fácil para la joven. La compañía y el apoyo de una amiga la ayudarán a afrontar el viaje.

Las escenas más directamente relacionadas con la intervención (la visita a la clínica, los cuestionarios previos, la preparación para el aborto…) están rodeadas de un ambiente de normalidad, que es una declaración de principios. No se subrayan aspectos truculentos ni escenarios sórdidos como sucedía en la película rumana 4 meses, 3 semanas, 2 días, de temática similar, aunque planteamiento diferente. Aquí todo es aséptico, limpio, ordenado.

Una escena particularmente significativa le sirve a la realizadora para ponerle título a la película. Autumn es sometida a un test sobre diversos aspectos de su vida sexual. A cada pregunta ha de elegir la respuesta entre un abanico de posibilidades: nunca… casi nunca… a veces… siempre… La encuestadora actúa con empatía, sin presionar a la chica, acompañándola, incluso sintiendo con ella la angustia que le provocan los recuerdos que le suscitan algunas de las preguntas. Es el único momento (mantenido en un largo primer plano de la joven protagonista) en que se intenta explicar por qué se encuentra allí.

Hay otros aspectos colaterales (el dinero necesario para la intervención, para el regreso en bus a su pueblo, para pasar dos días en la gran ciudad…) que no parecen preocupar a la directora, llegando a caer en cierta inverosimilitud. Pero no le importa. Lo que parece preocuparle está más que bien planteado y desarrollado.

Ciertamente Nunca, casi nunca, a veces, siempre es una proclama eficaz a favor de la interrupción del embarazo. Lástima que las propuestas en contra no alcancen sus virtudes cinematográficas.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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