Puede resultar extraño que una película como Nomadland haya triunfado en la reciente entrega de los premios de la Academia de Hollywood. Porque se trata de una propuesta muy alejada de lo que podríamos considerar propia del tipo de cine que ha triunfado tantas veces. Tradicionalmente el cine venido de Estados Unidos ha exaltado unos valores acordes con un estilo de vida en el que se infiltra el prototipo del triunfador y de quien a fuerza del esfuerzo propio alcanza las metas que se consideran adecuadas en un modelo vital cómodo e imitable. Sin embargo, los personajes que pueblan los fotogramas de Nomadland viven sus vidas al margen de las convenciones socialmente aceptadas.

La protagonista, Fern, se vio obligada a abandonar su vida más o menos establecida cuando muere su marido y el pueblo en el que vivía queda abandonado debido a la crisis económica que obligó a cerrar la explotación minera que sostenía la vida de sus habitantes. A partir de ese momento, su furgoneta, convenientemente acondicionada, se convierte en su casa. Y las carreteras del medio Oeste son las arterias por las que transita buscando trabajo para sobrevivir en lo que encuentra, ya sea limpiando los baños de un centro comercial, empaquetando productos en una base de Amazon, vendiendo hamburguesas en una franquicia, o recogiendo remolacha en una explotación agrícola.

En su recorrido Fern se encuentra con muchas personas que viven como ella. Se apoyan y de alguna manera forman una comunidad provisional e itinerante donde encuentran ayuda y un cálido espacio de convivencia que les permite sobrellevar las incomodidades de la vida nómada que llevan. Excepto la protagonista, a la que interpreta Frances McDormand (que ha conseguido por este papel su tercer Oscar), y uno de sus casuales compañeros de camino (David Strathairn) todos los nómadas son interpretados por personas que hacen de sí mismos y que aportan a la película una dosis de autenticidad que la acercan al documental.

En un contexto tan proclive al consumismo, Nomadland reivindica un estilo de vida alternativo en el que la atención se fija en lo necesario y en una supervivencia basada en lo sencillo, en las cosas que realmente satisfacen. Los encuentros alrededor del fuego, las confidencias, la generosidad que se prestan mutuamente y la preocupación de unos por otros conforman un itinerario llevadero.

El estilo casi documental aporta un ritmo calmado que invita al espectador a acompañar la singular experiencia de sus protagonistas. La realizadora Chloé Zhao (que con Nomadland ha sido la segunda mujer en conseguir el Oscar a la mejor dirección) da a la película una cadencia relajada, centrada en detalles cotidianos, en la contemplación de un paisaje, en los amplios espacios por donde conduce la protagonista. Parece que su minúscula presencia se funde con la inmensidad de un mundo al parecer esquivo, pero al que sabe encontrarle una vía que le permite seguir adelante. El hermetismo de la interpretación de Frances McDormand, que parece fluir con la mayor naturalidad, contribuye a hacer de Nomadland una propuesta exquisita, aunque tal vez no lo sea para todos los gustos.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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