No sé decir adiós

Dos hermanas muy distintas se ven confrontadas ante la grave enfermedad de su padre. Una de ellas trabaja en Barcelona y lleva consigo desilusión, oculta en noches de alcohol y cocaína, desamparo y soledad. La otra, tal vez más convencional, permaneció en Almería con su marido y su hija, cerca del padre enfermo; también degusta sus decepciones y una vida a la que no ha sabido o no ha podido sacarle todo el partido, lo que acentúa un regusto de amargura que a ratos parece convertirse en resentimiento. En medio de las dos, destaca la figura del padre enfermo (genial interpretación de Juan Diego) que, sin desdeñar un sentido del humor disonante tal vez con la amargura del conjunto, lidia con su situación y con las oscuridades de sus hijas, intentando mantener su independencia, pero dejándose amparar por las hermanas, particularmente por la mayor (Nathalie Poza, premio Goya a la mejor actriz protagonista) que se resiste a afrontar la despedida y con las pocas armas emocionales que posee intenta dar pasos para acercarse a su padre y mostrar una sensibilidad que se resiste a emerger de un interior tan convulso.

La película enfoca más directamente a la hija pródiga que vuelve, a su pesar, y se resiste a despedirse de su padre. A pesar de los consejos de los médicos y del sentido común se lo lleva a Barcelona, más que nada para huir de sí misma y del torbellino sin dirección en que ha convertido su existencia. El largo trayecto daría para un rosario de situaciones, pero la película no se detiene demasiado en ello. Solo ofrece signos que puntúan sus relaciones no fáciles, el destino común de dos almas que se sienten abandonadas y esperan hallar en el apoyo mutuo un resquicio de humanidad y esperanza.

Formalmente es una película breve, seca y muy austera. Tiene muy poca música y numerosos fundidos en negro que puntúan la narración acentuando su carácter sombrío y triste. Una vez más el cine nos ofrece retazos de la vida de tantos que viven su fragilidad como pueden. Cine necesario, copiando al poeta, “como el aire que exigimos trece veces por minuto” porque nos emplaza a mirar la vida y a dolernos con ella.

Antonio Venceslá, cmf

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