No sabemos lo que hacemos

En esta Semana Santa oiremos de nuevo aquel grito:“¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!«. Esas primeras palabras de Jesús en la cruz son palabras de perdón, no de venganza ni de miedo. No pide tampoco justicia al Juez supremo ante la muerte tan cruel de un inocente. Y lo más inaudito: declara que quienes le crucifican “no saben lo que hacen”. Implora por sus verdugos mientras sus ojos, hinchados y cegados por la sangre que le chorrea por su cabeza coronada de espinas, apenas si los divisan. Pero, ¿es verdad que no sabían? Porque todo parece indicar que los verdugos de Jesús y sus cómplices no eran precisamente inocentes.

  • ¿No sabían lo que hacían los soldados romanos ejecutores materiales del más horrendo crimen de la historia de la humanidad?
  • Anás y Caifás, y con ellos la casta de sacerdotes y escribas ofuscados, ¿eran incapaces de comprender la magnitud del error que estaban cometiendo?
  • El gobernador Poncio Pilato, asaltado por sus miedos y su cobardía, ¿pensó de verdad que había tomado una decisión “políticamente correcta”, convencido como estaba de la inocencia del Nazareno?
  • ¿Podía Judas justificar su traición a causa de su decepción ante la imposibilidad de liderar una revuelta contra el romano invasor?
  • ¿No se enteraba de nada aquella multitud vociferante y blasfema? ¿Sólo había en ellos un sádico deseo de divertirse con la desgracia ajena y de matar la tarde con un espectáculo inusual?

¿Cómo es posible que ninguno de ellos supiera lo que hacían? ¿Cómo se justifica tanta torpeza?

La gente que crucificó a Jesús no sabía lo que hacía porque eran incapaces de reconocer que Jesús les estaba amando hasta el extremo. Ésa fue la verdadera ignorancia de los verdugos y cómplices. Muy a menudo, hacemos daño porque no nos sentimos queridos.

Esa apática ignorancia explica por qué tanta gente buena permanece ciega e indiferente ante el dolor ajeno. Vivimos cómodamente mientras el mal campea por sus anchas, no porque seamos unos cínicos, sino que no hemos conocido el amor de Dios. Quien no se siente amado es un analfabeto en el amor.

Jesús, mirándonos a cada uno, dice al Padre: «¡Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen!» Muy pocos han escuchado en su corazón a la voz de Dios que les dice: «¡Te amo!» Muy pocos han sentido lo que Jesús sintió en su bautismo: «Tú eres mi hijo muy amado«. La mayoría nunca ha oído esas palabras de otro ser humano y… mucho menos de Dios.

Pero existe un lugar en nuestro corazón donde sí podemos hacernos conscientes del beso del Dios que nos ama incondicionalmente. Lo presentimos al ver a Jesús perdonando. Porque el perdón es la forma más elevada del amor. Su perdón mana de la cruz como esa sangre que resbala por su cuerpo crucificado y empapa este nuestro mundo tan querido y tan terrible. “Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo —dice el Evangelio de Juan— para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por Él” (Jn 3,17). Para ti también hay perdón.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Policraticus)

 

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