SAN NICOLÁS DE TOLENTINO. 10 de septiembre
La primera vez que yo oí hablar de San Nicolás de Tolentino fue el día en que allá, a principios de los años 60 del siglo pasado, desembarqué de una pequeña falúa en el puertecillo de la Aldea de San Nicolás de Tolentino, al sur de la isla de Gran Canaria. Desde entonces le tengo simpatía al santo, aunque ahora el ayuntamiento del lugar, por eso de abreviar le haya quitado lo «de Tolentino» y lo haya reducido a un genérico San Nicolás entre los 11 Santos y 17 Beatos que llevan ese nombre en el santoral católico.
Pasó más de la mitad de los 60 años de su vida en Tolentino y en Tolentino está enterrado y allí se veneran sus milagrosas reliquias. Fue religioso de san Agustín. Murió en 1305 y fue canonizado en 1447, lo que da idea de su fama de santidad y de la veneración que le tenían las gentes.
Famosas fueron y son sus reliquias. Sus brazos sangrantes, cuando se intentaron separar del resto del cuerpo, incorrupto, y en una serie de significadas ocasiones posteriores, lo que ha hecho de su lugar de enterramiento un lugar de peregrinación abundante y fervorosa. Curado con pan y agua de una grave enfermedad, se distribuyen hoy en día «Panes de San Nicolás» al mundo entero desde Tolentino.
Pan era también lo que el santo repartía con generosidad a los pobres, lo que es una de sus características espirituales: su pobreza personal y su amor a los pobres. ¿Qué nos puede decir a la gente del 2018 este pobre fraile, de un pobre convento, en un pobre pueblo de una pobre región italiana, en los pobres comienzos del pobre siglo XIV?
Una fórmula extraordinaria para vivir el Evangelio: el descubrimiento del valor divino de lo pequeño y de lo pobre, de los pequeños y sencillos, de los pobres.
Y tú, ¿cómo llevas eso de ser amigo de los pobres, de los pequeños, de los sencillos?
Carlos Díaz Muñiz, cmf