Navidad a la vista

No lo hagamos. No reduzcamos la Navidad a una celebración solo “infantil”. No pintemos el portal de Belén de color purpurina. Los Evangelios describen de otra manera el nacimiento de Jesús. Cuando coloquemos en el centro al Niño Jesús, no eliminemos la dimensión religiosa más honda -e incluso en algunos aspectos dramática- que va unida a ese nacimiento y a sus protagonistas. Sé que esto que digo no es fácil, porque el decorado externo de nuestras calles y el agobio interno por nuestras compras y planes nos trasladan a otro continente. Por favor, que la Navidad no quede reducida a una “fiesta de invierno” (lo cual es legítimo para quien no cree) o a unos días de excesos, cargados de nostalgias y melancolías, porque lo que anhelamos no llega a ocurrir.

Pero tampoco hay que despojar a la Navidad de su perfil infantil. Sigue siendo válida la advertencia de Cristo: “Si no os hacéis como niños no entrareis en el Reino de los Cielos” (Mt 18,3). La infancia a la que se refiere el Evangelio es un compuesto de confianza, sencillez y entrega limpia. No tendría por qué desaparecer con el paso de los años para sustituirla por la frivolidad, el derroche o el artificio. Desempolvemos, pues, esa semilla de infancia que nunca se nos muere y que nuestros mejores villancicos nos recuerdan con candor. ¿Podríamos acaso olvidarnos de esta estrofa de “El tamborilero”?

«Yo quisiera poner a tu pies
algún presente que te agrade Señor,
mas Tú ya sabes que soy pobre también,
y no poseo más que un viejo tambor».

En este tiempo en el que todos tendemos a acercarnos a nuestros seres más queridos, a disfrutar de la buena mesa, a cantar, a brindar y a abrazarnos, a ilusionarnos con la lotería o escurrir una lagrimilla ante algún imprevisible regalo, … tal vez también a pasarnos de la raya. El que se nos proponga el ideal de una verdadera Navidad debiera ocupar un rinconcillo en nuestra alma. Por eso, a la persona sola y rara que tienes cerca, dale un pedacito de tu precioso tiempo; al emigrante que se te cruza no le niegues la dulzura de la escucha; al que no tiene, dale algo de lo que te vayas a gastar en bobadas; al esclavo del vicio, muéstrale la belleza del volar libre, sin echarle en cara su cochambre; a quien está en babia, háblale de Jesús y de María…

Estas son cosas bellas, y difíciles tal vez, pese a estar al alcance de la mano. En Adviento preparamos la Navidad que está a la vista. Un refrán inglés afirma: “Todo es difícil antes de ser sencillo”. Si nos acercamos con amor al que sufre o está desesperado, veremos lo fácil que es hacer un milagro.

Juan Carlos cmf

(FOTO: Víctor Rocha)

 

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