Al final de Napoleón, unos títulos explicativos nos informan de un dato: las guerras en las que el emperador francés embarcó a su país arrojaron la triste cifra de tres millones de muertos. Aun así, su gloria o grandeza parecen seguir siendo de obligado recibo en la historia del país vecino. Ese dato parece arrojar luz para observar la parcela de vida (no está toda en esta película, y además de manera muy fragmentaria construida a base de elipsis brutales) que se nos ofrece. Podemos entender que la búsqueda de la gloria y el poder por parte de Napoleón no valoró los costes en vidas humanas que iba a suponerle. Desde este presupuesto Napoleón es un retrato más que turbio de alguien que quiso subirse al carro de la historia y lo consiguió, aunque terminaron por expulsarlo de su pedestal.

Todo comienza con la decapitación de la reina María Antonieta, a la que asiste un Napoleón semidesconocido, en busca de su lugar en la historia. Y continúa con retazos de su vida, cronológicamente narrados, presentados a saltos, puntuados por algunos títulos sobreimpresionados que nos informan de personajes y hechos. Casi parece un documental del canal Historia. Aunque tiene el mérito de no escuchar ninguna voz en off que nos informe de lo que las imágenes nos dicen. A pesar de todo, no deja de ser un intento de didactismo alimentado por cuadros que artistas varios han dejado impresionados en sus lienzos.

Napoleón encierra dos películas: una es puramente informativa, un manual de historia construido por el guion de David Scarpa; otra es pura acción, escenas de masas, descripción de batallas con multitud de extras (no tantos como los que parece, cosa de los efectos digitales) obra de ese magnífico cineasta que es Ridley Scott, que ya demostró su maestría en escenas de acción en películas como Gladiator, El reino de los cielos o Black Hawk derribado.

Parece que la película que vemos en los cines es un fragmento de la versión definitiva de unas cuatro horas que será estrenada en la plataforma Apple dentro de unas semanas. Seguramente esa versión rellenará muchos huecos que quedan vacíos en la proyectada en las salas. Porque Napoleón queda bastante malparado, sin que se aclaren las motivaciones de sus actos, presentándolo como alguien voluble y caprichoso, tanto en su vida militar como en su vida privada, particularmente en su relación con Josefina de Beauharnais, a la que interpreta Vanessa Kirby, que ofrece mucho de lo valioso que hay en la película. En su relación con el emperador se centra buena parte de la historia, consciente tal vez el guionista y el director de que la vida de Napoleón no podía reducirse a un continuo desfile de batallas y bayonetas atravesando cuerpos. Y es que el supuesto genio militar que conquistó buena parte de Europa se limita a mover la cabeza a un lado o a otro para ordenar disparar los cañones, y a taparse los oídos para no quedarse sordo ante el estruendo producido. Por otro lado, la interpretación de Joaquin Phoenix es muy plana, casi una máscara andante, como si su simple presencia fuera suficiente para dotar de vida un personaje que tal vez pediría más pasión que justificara sus ansias de poder.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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