A punto de entrar en la décima década de su vida (recientemente cumplió 89 años), Clint Eastwood continúa produciendo y dirigiendo películas que difícilmente pasan desapercibidas. Tal vez no llegan al alto nivel conseguido por algunas de las que dirigió a finales del pasado siglo y en los primeros años de éste (Sin perdón, Los puentes de Madison, MysticRiver, Cartas desde IwoJima, MillionDollarBaby, Gran Torino, entre otras) pero no desmerecen del conjunto de una obra que es reconocida por muchos como digna del mayor reconocimiento.
En su última película, Mula, vuelve a situarse delante de la cámara para interpretar a un personaje que le va como anillo al dedo: un casi nonagenario horticultor, arruinado y rechazado por su familia por su excesiva dedicación al trabajo, que se embarca en el negocio del tráfico de drogas, actuando como “mula” de un cártel mejicano que distribuye cocaína por Estados Unidos. Su apariencia inocente y bondadosa, su avanzada edad poco dada, parece, a aventuras de esa naturaleza, es la coartada perfecta para realizar un trabajo que, le permite ganar una buena cantidad de dinero y comenzar a orientar su maltrecha economía… y su vida. Como antagonista, un agente de la Agencia Antidroga (interpretado por Bradley Cooper, de nuevo interpretando una película de Eastwood, tras El francotirador) le persigue para poner freno a los negocios del cártel.
Realmente, la historia que cuenta Mula (y que he resumido en el párrafo anterior) es un pretexto para hilvanar el asunto que realmente le interesa a Eastwood: la desestructuración familiar es causa de infelicidad y no conduce a ninguna meta satisfactoria. Al contrario, las buenas relaciones en el seno de la familia es lo más importante y lo que hay que salvaguardar a costa de todo. Es elocuente la secuencia en que el anciano y el agente de policía dialogan sobre el tema, a propósito del olvido de éste del aniversario de su matrimonio. Por esto, me parece claro que lo menos importante es el desenlace de la historia de tráfico de drogas (de hecho apenas es significativa la tensión que supongo iría implícita a un trabajo como ése; cada uno de los viajes parece un tour de vacaciones); la película atiende mucho más a los actos que conducen al personaje interpretado por Eastwood a reconciliarse con su esposa y su hija (interpretada precisamente por su propia hija, Alison, lo que daría pie a un razonable juego identificativo entre realizador y personaje).
Formalmente, la película sigue el tono de las películas de Eastwood: clasicismo, justos movimientos de cámara, presencia de la música popular americana en la banda sonora, retrato de ambientes rurales… He echado en falta el melancólico tema musical, casi minimalista, compuesto por el propio Eastwood, con el que éste acompañaba los títulos de crédito de los films citados.

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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