Certifican los herpetólogos -estudiosos de reptiles y anfibios- que la serpiente que no cambia de piel, se muere. Lo mismo sucede a los espíritus que no cambian jamás de opinión ni de costumbres. Al final, mueren por inanición, bajo la tiranía del conformismo. Una vida de puertas adentro, con nuestros horarios, nuestros espacios acotados, nuestra tranquilidad, nuestras manías… vuelven la vida gris e insípida. La rutina anestesia la emoción de la búsqueda, el afán de novedad.

No solo es legítimo, sino también necesario, cambiar de ideas y explorar nuevos horizontes. Lo sabemos, los cambios cuestan, pero son necesarios para evolucionar como personas. Cambiar es signo de vitalidad espiritual y promueve el crecimiento personal. La antigua sabiduría latina sostenía que es de sabios cambiar de parecer. No tengamos miedo a dialogar con un extraño, alterar una costumbre, estrenar un jersey, visitar lugares desconocidos, leer libros nuevos… El encuentro con lo diferente es principio de enriquecimiento interior y de solidaridad.

Con todo, para cambiar de convicción, evidentemente es necesario tener una que sea auténtica. A ello se refería Miguel de Unamuno cuando sostenía que “la mayor parte de los que piensan en cambiar de idea, en realidad nunca han tenido ninguna”.

Porque muchos cambian por conveniencia, como ocurre a los políticos que aspiran solo a sentarse en la mesa del poder o a los comerciantes que sólo buscan su negocio… O por comodidad, como acontece con quienes no tienen certeza alguna y se abandonan a la deriva de las modas. O incluso por flojera, como sucede a los que abandonan la fe, porque les resulta más fácil cambiar de religión que de marca de ropa.

Para un creyente el cambio es vital. El fundamento de la verdadera fe es la conversión, que implica cambiar de camino, invertir la ruta, cambiar de mentalidad, arriesgar. Nos solemos aferrar a una cómoda instalación, porque, aunque nos hastíe y aburra, es territorio conocido del que nos da miedo salir. La fe nos saca de esa burbuja que nos defiende del Misterio de Dios. 

Evitemos ser esclavos de los hábitos que vuelven gris y plana la propia vida. Pero evitemos también caer en las redes del frenesí del cambio a toda costa. Esforcémonos por encontrar razones que justifiquen ante nosotros mismos y ante los demás el por qué de ciertas opciones en lugar de otras. Estemos dispuestos, con la misma firmeza, a cambiar de convicción cuando ésta se revele inconsistente, dudosa, débil o acaso equivocada.

En medio de estos afanes, pidamos ayuda a Dios, con los Alcohólicos Anónimos, para aceptar las cosas que no podemos cambiar, mudar las que sí podemos transformar y distinguir la diferencia.

Juan Carlos cmf

(FOTO: rawpixel.com)

 

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