¿Mucho o bueno?

Hay una ley no escrita que tiende a imperar sobre el deseo humano, la del exceso. En razón de su poderío se hace preciso dar cada vez más espacios a determinados productos hasta proyectarlos hacia lo dañino: el amor cae en pornografía, la tarea policial en violencia gratuita, la discusión parlamentaria en pelea, la diferencia en polarización, la protesta en insulto, la polémica en agresión personal, la libertad en abuso, la gestión en corrupción y así sucesivamente…

Frente a ello, la sabiduría de la vida enseña que toda persona crece en la medida en que actúa como el escultor: quita y no añade. El genio del artista sabe eliminar del tosco bloque de mármol todo lo inútil para sacar a la luz su obra de arte. Tiene la capacidad de ver con anticipación la imagen que estaba escondida en la piedra que talla. Lo que da valor a su obra no es economizar piedra sino reducirla a lo imprescindible para desvelar su belleza.

Un famoso aforismo, atribuido a Baltasar Gracián, comienza diciendo que “lo bueno si breve, dos veces bueno” para terminar con este agudo matiz “y aun lo malo, si poco, no tan malo”. Esta sabia intuición relaciona brevedad con calidad. Lo bueno en exceso es malo, acaba por aburrir o puede ser perjudicial; como también lo malo, en una pequeña dosis, puede hasta ser beneficioso; como ocurre con las drogas, que usadas en pequeñas dosis, son eficaces medicinas. ¿Quién no ha acabado aborreciendo a una persona chistosa después de varias horas con ella?, ¿quién no ha aprendido algo tras pasar unos minutos con alguien antipático?

Todo esto puede valernos para vivir si se convierte en criterio y orientación en nuestras elecciones: No escojamos lo vistoso y atrayente, sino lo valioso. Tengámoslo en cuenta en especial en la selección y cultivo de las amistades. Los amigos son como los libros; su grandeza no se mide por el tamaño sino por su contenido. No cuenta el volumen sino la calidad. Lo que les hace grandes no es su apariencia, sino su amistad y lealtad. De la misma manera que lo que hace grande a un pensador no es su erudición, sino la sabiduría con que guía e ilumina a otros.

Pero, siendo sinceros, hemos de reconocer que lo que prevalece hoy es el exceso. Se envidia a quien posee mucho, a quien engaña de palabra y de obra, al que achica y humilla a otros con su éxito, al que se impone por la fuerza y no por la virtud, al que busca aplausos y no agradece las ayudas.

Juan Carlos cmf

(FOTO: macrovector de Freepik)

 

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