Minari. Historia de mi familia

Volvemos a acercarnos a una historia inspirada en hechos reales. El realizador de origen coreano, Lee Isaac Chung, nos invita a acompañarle en un relato de su infancia en el que retrata las vicisitudes de su familia intentado abrirse camino en Estados Unidos. Sus padres, su hermana mayor y él mismo llegan desde California a una zona poco habitada en el medio oeste. Jacob, el padre, ha adquirido una parcela de tierra en la que espera cultivar, con tesón y trabajo, productos frecuentes en la cocina coreana para surtir las mesas de sus paisanos. No es una empresa fácil, no siendo la menor dificultad la escasez de agua. Su esperanza en salir adelante no se ve correspondida con igual optimismo por Mónica, su esposa, que añora la gran ciudad y desde el primer momento se muestra esquiva y nada receptiva a las ilusiones (más o menos justificadas) de su marido. Diversos avatares van salpicando la historia, mostrando las variadas dificultades que han de afrontar para alcanzar el sueño que pretenden. Pero más aún, es inquietante la posibilidad de que el empeño de Jacob por triunfar, pueda abrir una grieta difícil de cerrar en la armonía de la familia. Y esta es la veta interesante que sostiene la narración. No es vano que Minari se subtitule en España como Historia de mi familia.

A ese lugar alejado llega la abuela materna (cuya intérprete consiguió el premio a mejor actriz secundaria en la última edición de los Oscar) con la intención primera de atender a sus nietos mientras los padres trabajan en una granja de pollos para ir sobreviviendo mientras la granja da los resultados apetecidos. La anciana llega cargada con una tradición que intenta transmitir, sobre todo a su nieto menor. Representa la conexión con un pasado que conserva valores que parecen ir desapareciendo. En los alrededores del lugar donde viven, la naturaleza, a veces esquiva, le muestra, y ella sabe acercar a su nieto a sus secretos, sus posibilidades. Así el minari, una planta aromática que crece en los lugares más inesperados e incluso difíciles, se transmuta en metáfora de la esperanza de salir adelante, aunque las cosas parezcan oscurecerse.

Minari, la película, se deja contemplar con calma, invita a compartir el descanso después de un día de duro trabajo, a disfrutar del atardecer en medio de la nada, a gozar del apoyo que puede brindarte la cercanía de los que te quieren, y a seguir contemplando con ánimo un futuro tan impredecible como el que aguarda a esa familia que, pese a todo, seguirá manteniéndose unida en el infortunio.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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