El otro día fui de excursión a una montaña con la gente de la parroquia de nuestra Señora de Espino. Disfruté mucho del día y de los hermanos de la parroquia. Entre varias actividades que hicimos, la que más me gustó fue ver, tocar y jugar con la nieve. Mis ojos pudieron disfrutar de su bonito color blanco, que cambia el paisaje de lo ordinario a lo extraordinario. También de su suavidad en la piel. Por otro lado, caí en la cuenta de cómo deja marcas en los árboles y en la tierra, y cómo la empapa y la refresca poco a poco.
Al reflexionar sobre este nuevo acontecimiento del año, me hace recordar lo que dice el Profeta Isaías de la lluvia y la nieve, que es “como la Palabra que al caer desde el Cielo, empapa la tierra, la hace fecunda y la llena de vida” (Is 55,10-11). Pero bueno, quiero detenerme en la nieve. ¡Creo que me he enamorado de ella!
La nieve es blanca como el Niño sin mancha. La nieve es la Palabra que cae desde el Cielo a Belén, en silencio, en el seno de María. No hace ruido, ni de día, ni de noche. Pero sí deja marca, cuaja, empapa y da vida. Es sencilla y humilde como Aquel que prefiere nacer en el pueblo pequeño, pobre y marginal, en la periferia.
La nieve brilla como la Estrella del Oriente. Cubre e ilumina toda la oscuridad de la tierra, del corazón de cada ser. Y por tanto, ilumina y da alegría también a los “pastores” del siglo XXI, especialmente a la Familia, José y María, que también son del siglo XXI.
Qué la Nieve empape tú corazón, en el silencio del acogimiento, de la oración y de la adoración al Niño, con tú Familia y con todos “los pastores” que te rodean.
Feliz Navidad y Feliz Nevada del Señor.
Tomas M. Joustefen, cmf
(Te ponemos aquí una versión cantada del texto de Isaías 55 al que hace referencia Tomas en su texto, por si te apetece escucharlo. Puede expresar un bonito deseo para el año nuevo que estamos a punto de estrenar)