Mensaje del Superior General en el Día de la Fundación de la Congregación Claretiana

Compartimos el mensaje del P. Mathew Vattamattam, CMF, Superior General, con motivo de la celebración del Día de la Fundación de nuestra querida Congregación (16 de julio).

 

Soñando juntos con Dios por una Congregación arraigada en Cristo y audaz en la misión

Queridos hermanos:

  1. Estamos a dos años del 175 aniversario de la fundación de nuestra querida Congregación. Al recordar con gratitud el evento de la fundación, os invito a usar vuestros dones imaginativos para acercaros al interior de Antonio María Claret en ese feliz día del 16 de julio de 1849 en Vic, España. Creo que es una manera segura de capturar el espíritu del último Capítulo General y el sueño para la Congregación en nuestros tiempos. En este día, elevo mi corazón al Señor en gratitud pensando en cuánto amor y bondad el Señor ha derramado en el mundo a través de nuestros hermanos en el pasado y en el presente. De hecho, todo comenzó con el Sueño de Dios, que nuestro Fundador hizo suyo en su tiempo.

 

EL SUEÑO DE DIOS EN LA VIDA DE CLARET

  1. El joven Claret creció con muchos sueños que su entorno sociocultural le implantó. Su pasión por el diseño textil apoyada por sus recuerdos de infancia del tejido en la fábrica de su familia y los sueños de su padre de un futuro próspero para el comercio familiar dieron forma a su sueño humano. El diseño para llegar a ese sueño fue el estudio de las técnicas de fabricación en Barcelona y su apuesta por capacitarse en ellas. Sin embargo, ello fue solo un entrenamiento para el proyecto más grande que Dios tenía en mente para Claret. El pequeño sueño del joven Claret se abrió al sueño más grande de Dios para él. Nuestra Congregación, que implica la vida de cada claretiano hoy, tiene sus raíces en ese sueño que Dios implantó en el corazón de Claret. Necesitamos volver a esa fuente cada vez que queramos renovar y revivir el carisma de la Congregación en cada época y en cada cultura.

 

  1. Es a través del entrelazamiento de muchas vidas que el Señor despliega sus proyectos para los seres humanos en la historia. Para eso, Dios escoge a personas y las dota del mismo espíritu (carisma) para perseguir una meta común (misión). Los cinco Cofundadores de nuestra Congregación tenían personalidades únicas con una historia personal única, pero recibieron el mismo espíritu para caminar juntos siguiendo el mismo sueño que Dios implantó en Claret. Su camino común siguió el mismo patrón que Jesús mismo inició con los doce discípulos, que la Iglesia primitiva hizo suya al compartir la vida en común y ser enviada a anunciar la Buena Noticia (cf. CC 4).

 

  1. Pronto celebraremos el bicentenario del nacimiento del más joven de los Cofundadores, el P. Jaime Clotet, el 24 de julio. Nacido en Manresa en el seno de una familia religiosa, ingresó en el seminario de Vic y fue ordenado para la diócesis. El obispo de Vic, viendo su celo misionero, le propuso al joven P. Jaime unirse a Claret para formar parte de su nuevo proyecto misionero el 16 de julio de 1849. En la nueva comunidad misionera, el P. Jaime encontró una intensa vida espiritual, comunitaria y apostólica que lo formó para ser un apóstol y místico profundamente arraigado en Cristo. Fue audaz, dedicándose a la catequesis de sordos, a la formación de los hermanos y a diversos servicios internos en la comunidad. En el siervo de Dios Jaime Clotet encontramos un excelente modelo de misionero claretiano, fiel compañero del Fundador, misionero incansable que amó y vivió para nuestra querida Congregación con gran alegría. Celebraremos el bicentenario de su nacimiento con gratitud a Dios por el testimonio de una vida vivida para realizar el Sueño de Dios para la Congregación.

 

EL SUEÑO DE DIOS PARA LA CONGREGACIÓN EN NUESTROS TIEMPOS

  1. Hemos estado usando el término “Sueño” con frecuencia después del XXVI Capítulo General y cada uno de los Organismos Mayores ha estado elaborando sus respectivos sueños a la luz del Sueño Congregacional. Necesitamos entender el término en su sentido bíblico, que indica la dirección que Dios da a los humanos a través de sueños y visiones en momentos importantes de la historia de la salvación, que culmina en el evento de Jesús[1]. La iniciativa divina y la colaboración humana conducen la historia hacia la plenitud (pleroma) en Cristo (cf. Col 3, 19-21). Somos parte de ese flujo de la historia con el don de nuestro carisma entrelazado con otros dones y carismas para la edificación de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo (cf. 1 Cor 12; Ef 4:12-16).

 

  1. Al comienzo de nuestra Congregación, nuestro Fundador describió magistralmente su Sueño para un hijo del Corazón de María como “un hombre que arde en caridad y abrasa por donde pasa…” (cf. Aut 494; CC 9). Esta definición de misionero continúa invitándonos a ser misioneros arraigados en Cristo y audaces en la misión. El Sueño Congregacional articulado en el XXVI Capítulo General (cf. QC 43) es la realización del sueño de Claret para nuestro tiempo en fidelidad a nuestro carisma. La historia claretiana ha sido el desarrollo de este sueño en cada contexto y época que él previó mientras escribía al Nuncio poco después de la fundación, “mi espíritu se extiende al mundo entero”[2].

 

  1. El Sueño Congregacional seguirá siendo una mera ilusión a menos que lo hagamos nuestro a nivel de cada claretiano, de cada comunidad, de todos los Organismos Mayores y de la Congregación en general, a través de diseños y compromisos adecuados. Es aquí donde la hermosa orquestación de la colaboración divino-humana tiene lugar, haciendo de nuestras vidas una hermosa sinfonía del amor de Dios por el mundo. Vale la pena preguntarse después de reflexionar sobre el Sueño Congregacional:

 

¿Cuál sería el Sueño de Dios para mí en mi vida y ministerio presentes a la luz del Sueño de la Congregación?

¿Cuál sería el Sueño de Dios para mi comunidad a la luz del Sueño del Organismo Mayor?

 

EL SUEÑO Y LA REALIDAD DE NUESTROS PECADOS Y LIMITACIONES

  1. La articulación del Sueño Congregacional para nuestros tiempos es solo un punto de partida, ya que la tarea está aún por hacerse por parte de cada misionero y cada comunidad, para caminar hacia ese sueño. La vida de nuestro Fundador y la historia de la Congregación nos recuerdan las dificultades, las persecuciones e incluso el martirio por la causa de Cristo. También necesitamos contar con nuestros propios pecados, deseos y temores que pueden impedirnos cumplir con los compromisos asumidos.

 

  1. El potencial de cada uno de nosotros para caminar con Dios y realizar el sueño de Dios para la Congregación nos da razones para la esperanza en medio de pruebas y tribulaciones. Del mismo modo, también necesitamos reconocer y tratar creativamente con nuestra capacidad de lastimar a otros y crear un infierno para uno mismo y para los demás cuando el fuego del amor de Dios es reemplazado por la furia del odio, la desconfianza y la competencia. Los virus espirituales que infectan y distorsionan las mentes y los corazones de los misioneros (por ejemplo: egoísmo, pereza espiritual, clericalismo, mundanidad espiritual, individualismo, pesimismo…[3]) pueden distorsionar nuestra visión de los demás y del mundo, hiriendo la fraternidad y dañando los apostolados.

 

  1. Es interesante notar cómo Claret admiraba a cada miembro de su comunidad apostólica en Cuba[4] que se parecía a la comunidad cristiana primitiva y cómo predicaban misiones en toda su vasta diócesis. Podemos vislumbrar un estilo sinodal en la forma en que Claret organizó la vida y la misión del equipo misionero como arzobispo de Santiago de Cuba. Si cultivamos esta mentalidad apreciativa de nuestro Fundador, nuestras comunidades serían como una “colmena” apostólica de misioneros[5]. Tal sinodalidad es sine qua non para realizar el Sueño de Dios para la Congregación.

 

EL CAMINO SINODAL, ANTÍDOTO CONTRA MUCHOS MALES DE LA IGLESIA Y DE LA CONGREGACIÓN

  1. “Caminar juntos escuchándonos unos a otros y al Espíritu Santo” es el núcleo del camino sinodal que el Papa Francisco invita a toda la Iglesia a abrazar. Nuestra Congregación lo ha acogido de todo corazón, ya que el Espíritu ya nos ha estado preparando para recorrer ese camino a través de la preparación y celebración del XXVI Capítulo General. Doy gracias al Señor y admiro el celo y el compromiso de la mayoría de nuestros misioneros. Nuestras comunidades donde nuestros hermanos disfrutan de fraternidad y respeto mutuo trabajan juntos por la misión común de la comunidad con una energía increíble. Me he encontrado con personas que hablan muy bien del testimonio de nuestros hermanos y de la belleza de sus comunidades interculturales, que los edifican. Estas comunidades han desarrollado la capacidad de trabajar juntas como un equipo, abrazando las diferencias, negociando conflictos, complementándose y apoyándose mutuamente con los dones únicos de todos, y visualizando y llevando a cabo nuestra misión juntos.

 

  1. Uno de los desafíos que destacaría como que afecta más seriamente a la vitalidad misionera de muchas de nuestras comunidades es la dificultad de trabajar juntos de manera sinodal. Nos hemos encontrado con situaciones relacionales en comunidades que han causado graves daños y sufrimientos indebidos a personas y a la comunidad-misión, tragedias que podrían haberse evitado si hubiera habido conversaciones honestas y un diálogo fraterno en su lugar. ¡Cuántas oportunidades de gracia y crecimiento se han perdido en las misiones porque no pudimos planificar y trabajar juntos por el bien de la misión! ¡Cuántas veces nuestros hermanos se encontraron con situaciones autodestructivas porque se negaron a aceptar comentarios o sus hermanos no dieron correcciones fraternas oportunas! Aunque las diferencias, tensiones y conflictos en las comunidades son naturales y tienen un potencial productivo en sí mismos, evitarlas o una gestión inadecuada de ellas abre la puerta al diablo de la división y a varios tipos de abusos (sexuales, financieros y de poder) para encontrar espacio en nuestra vida y misión.

 

  1. En nuestros tiempos desafiantes, es vital aprender el arte de las conversaciones honestas, el diálogo, el discernimiento comunitario, la creación de consensos y caminar juntos como peregrinos hacia la dirección que el Señor indica a través de los signos de los tiempos. Con el Papa Francisco también nosotros afirmamos que “es precisamente este camino de sinodalidad lo que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio”[6]. Cultivemos, pues, la espiritualidad sinodal y abrámonos a una conversión sinodal para acoger los cambios necesarios en nuestra forma de trabajar juntos y escucharnos unos a otros y al Espíritu Santo.

 

VIAJEMOS JUNTOS

  1. Un viaje peregrino al servicio del Sueño de Dios es significativo y alegre cuando se realiza con otros, enfrentando las dificultades juntos, con un equipaje mínimo para llevar y con la voluntad de marchar hacia adelante. El auténtico camino sinodal requiere que estemos arraigados en Cristo y seamos audaces en la misión. Nuestro Fundador y Cofundadores eran ágiles y estaban disponibles para la misión porque sus corazones estaban arraigados en Cristo, sus mentes enfocadas en Su misión, sus pies libres para moverse a donde Él querría que fueran, y sus manos listas para servir a Su pueblo. Hagamos nuestra su mística misionera y hagamos vivo hoy el espíritu fundacional. Encomendaremos nuestro camino a nuestra bendita Madre que acompaña a sus hijos y los aprecia en su corazón inmaculado como lo hizo con su hijo Jesús y nuestro Fundador San Antonio María Claret. ¡Os deseo a todos un alegre Día de la Fundación!

 

Mathew Vattamattam, CMF

Superior General

16 julio 2022

MENSAJE EN EL DÍA DE LA FUNDACIÓN (16 DE JULIO DE 2022)

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[1] Usamos el término Soñar para denotar su significado más profundo como lo usa el Papa Francisco y para distinguirlo de Sueños que se refieren a imaginaciones fantásticas mientras dormimos o deseosas fantasías de un soñador despierto.

[2] Carta al Nuncio Brunelli (Italia) el 12 de agosto de 1849.

[3] cf. El Papa Francisco enumera algunos de ellos en Evangelii Gaudium, 76-109.

[4] cf. Antonio María Claret, Autobiografía 606-613.

[5] Ibid., Nº 608.

[6] Discurso del Papa Francisco el 15 de octubre de 2015.

 

 

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