Pablo Olmedo García, es un misionero claretiano de nuestra Provincia Bética que actualmente forma parte de nuestra comunidad de Miralbaida (Córdoba). Gran parte de su trabajo misionero lo pasó en lugares de misión (Filipinas, China…). Hoy comparte con todos nosotros algunos recuerdos y reflexiones de su etapa en Filipinas.
Siendo aún un niño, sentí la llamada de Dios. Desde entonces, la mirada la tenía clavada en países muy lejanos y el corazón derramado por tierras de misión.
Con mi sacerdocio recién estrenado, fui enviado a Filipinas…a ese mosaico encantador de más de 7.100 islas tropicales de exuberante vegetación, tan bellamente agrupadas, que sólo ocupan la mitad de media España.
Filipinas es una explosión de vida y juventud: la mitad de sus habitantes tiene menos de 17 años…una variadísima combinación de razas, lenguas e ideologías.
Chozas de madera, de caña de bambú y hojas de palmeras graciosamente diseminadas por toda la selva…un paraíso tropical de flores y frutas de todas las especies y colores.
Por todas partes sol y playa, cielo azul y océano, juventud y vida, sonrisas y encanto natural.
Al igual que casi toda Asia, Filipinas es pobre. Pero no pobreen tradiciones culturales, valores humanos y religiosos. En estos valores del espíritu Filipinas es, como toda Asia, inmensamente rica.
En el año 1972 estalló finalmente una revolución política, una explosión de rebeldía mora, una lucha desesperada por la independencia, que ha llenado deluto y sangre nuestra misión claretiana y, con ella, todo el sur de Filipinas.
Ya se veía acercarse hacía tiempo…y llegó, trágica y sangrienta.
La paz se nos escapó de estas tierras. Todas nuestras gentes están sufriendo en su carne el horror de la guerra.
Miles de criaturas inocentes han sido crucificadas junto a la cruz de Cristo.
Nuestra misión es hoy un gran calvario con miles de rostros…con milesde ojos profundos, ahogados en lágrimas.
La tragedia, el dolor, la destrucción son realmente indescriptibles.
Nuestras gentes, musulmanes y cristianos, tiemblan de miedo y de enfermedad en una lucha fratricida, que está llenando todas estas bellas islas tropicales de miseria, de hambre, de muertes y de desesperación. Tenemos metido el conflicto, sangriento y cruel, dentro de nuestra casa.
Con el pasar de los años la guerrilla sigue implacable maligna, destructora.
Sangrientas puestas de sol que presagian noches de llanto, negras como un inmenso manto de luto, que se extiende por todas partes…El murmullo suave de las olas en noche de calma, conla luna encaramada en lo alto de los cocoteros, es frecuentemente roto a pedazos por el ruido ensordecedor de cañones y fusiles…
Se han destrozado y quemado millares de viviendas y propiedades, escuelas, iglesias, mezquitas…poblados enteros destruidos.
El hambre, el robo, la incertidumbre, la enfermedad, el miedo, la desesperación…Mientras tanto, en un hospital, entre enfermos y heridos hacinados sobre camillas, esteras y en cualquier rincón de la sala, una niña fallecía sola, lentamente, de hemorragia, por no poder pagar 5 euros, las 3 inyecciones de coagulantes.
La TVE nos sigue anunciando que mantener a un niño con vida en el Tercer Mundo sólo cuesta 24 céntimos diarios. Es lo que cuesta 1/4 kilo de arroz…3 puñados cada día.
Oímos también que familias enteras sólo disponen de 1 euro diario para subsistir. Hoy en el mundo hay más obesos que desnutridos, y los gobiernos de paísesindustrializados invierten fortunas. En España actualmente el gasto sanitario anual por obesidad es de 2.500 millones de euros.
Aquí, donde el grito de la urgencia se convierte en llanto y desesperación, nuestra labor misionera es como la de Jesús, espiritual y social.
Catequesis cristianas y formación bíblica, cursillos de medicina natural y clínicas ambulantes, cooperativas agrícolas y pesqueras, hogares de acogida y alimentación, parroquias y colegios, talleres de meditación y centros juveniles, grupos de oración y diálogo de reconciliación, sistemas de irrigación y de agua potable, clasesde alfabetización, de espiritualidad y de moral cristiana.
Formamos nuevas comunidades, y juntos celebramos la Eucaristía y nuestra fe, fomentando así la convivencia fraterna y compartida. Anunciamos la Palabra, la Buena Noticia de la Vida y Salvación y denunciamos a la vez toda clase de violencia y rencor. Llevamos el perdón de los pecados y animamos a la reconciliación y al perdón. Anunciamos la liberación en Cristo del egoísmo, causa de todo pecado, y proclamamos el amor cristiano, como auténtica libertad.
Con parroquias rurales, algunas con docenas de poblados, la formación cristiana de nuestras gentes y su concienciación misionera está haciendo de ellas los cimientos y la estructura misma de nuestra misión. Su entrega fiel al servicio misionero hace posible que el amor de Dios llegue al corazón de cada persona y que penetre profundamente en el seno de cada familia.
Pablo Olmedo García, cmf