Alexander Batthyany es un joven filósofo alemán discípulo de Víctor Frankl. En una entrevista reciente en el diario “La Vanguardia” contaba cómo él logra encontrar el sentido de la vida y cómo lo podemos encontrar nosotros: dándonos a los demás. Sorprendían estas afirmaciones suyas, de quien no se declara seguidor de alguna religión o credo: “Yo hablo de ciencia. Usted coja mil euros y salga conmigo a repartirlos por Barcelona: pronto se quedará sin nada y ya está. En cambio, si sale al día siguiente a la calle dispuesto a darse a sí mismo a los demás y reparte su cariño, los escucha y comparte sus sentimientos más que nunca. Y toda su energía… ¡Cada vez tendrá más! El milagro increíble no es tal, sino pura biología: llegará a casa renovado también físicamente: habrá dado sentido a su día. Y eso, antes de ser religión, moral o ética, es ciencia. Está demostrado en laboratorios de psicología. Cuanto más energía dé a otros humanos, más tendrá”.
Choca encontrar un razonamiento así en un periódico. ¿Trataremos de utilizarlo como un “refuerzo” más que confirma la verdad de los evangelios, sacado del ámbito secular? Mejor que hacer apologías teóricas es probarlo.
No existe persona alguna que no pueda realizar ese experimento. Se trata de probar. No de creérselo, sino de intentarlo en unas acciones concretas al alcance de la vida cotidiana. Sobran los ejemplos, como dedicar tiempo a alguien que lo requiera o lo necesite, donar de algo propio para una causa justa; escuchar con atención a una persona angustiada, sonreír sin ganas… Son oportunidades que a cada rato se asoman a las puertas de nuestra vida. Solo las podemos reconocer y probar si logramos inmunizarnos contra ese virus pandémico, más nefasto que la COVID-19, que se llama “indiferencia”. Alguien la describió como la “perfección del egoísmo”.
«La felicidad -se ha repetido- es lo único que se puede dar sin tenerlo». La frase parece disparatada, pero es cierta. Cuando uno da a los demás lo mejor de sí mismo, algo empieza a crecerle por dentro. Hay realidades extrañas se nos multiplican cuando las damos, por su efecto de boomerang, de rebote. Tal vez éste puede ser uno de los significados de la frase de Jesús: «Quien pierde su vida, la gana», que lo podríamos traducir así: «Quien renuncia a chupetear su propia felicidad y se dedica a fabricar la de los demás, terminará encontrando la propia». Dejamos algo bueno, por algo mejor. Y con ello se despiertan, además, muchísimas ganas de sonreír.
Juan Carlos Martos Paredes, cmf