En 2008 el realizador israelí Eran Riklis nos ofreció en Los limoneros una hermosa parábola de la necesidad de reconciliación en el eterno enfrentamiento entre palestinos e israelíes. Continuando con la metáfora cítrica el realizador georgiano Zaza Urushadze nos acerca en Mandarinas a un episodio de la guerra que enfrentó a comienzos de los años noventa del siglo pasado a la población de Georgia y de Abkhazia, en el marco del desmembramiento de la extinta Unión Soviética. La historia narrada tiene también un regusto a pacifismo y tolerancia, ofreciendo un sentido canto a la necesidad de superar los conflictos sin recurrir a la violencia y la muerte.
Un anciano estonio que, a diferencia de la mayoría de sus paisanos, ha permanecido en Abkhazia al estallar la guerra, dedica su tiempo a hacer cajas con las comercializar las mandarinas que su amigo Margus está recolectando en un terreno vecino a su casa. Ambos viven en medio del conflicto que un día se aposenta frente a sus hogaresdejando tras de sí varios muertos de ambos bandos y dos heridos, enemigos mutuamente, uno georgiano y otro checheno que lucha a favor de los abjasios. Ambos son acogidos por Ivo, el anciano carpintero, que como un buen samaritano atiende sus heridas y les ofrece una cama, comida y cuidados para que se recuperen. Los dos heridos, enemigos en el campo de batalla, pretenden resolver sus diferencias utilizando la violencia, con la oposición de Ivo que no entiende de guerras ni de razones que justifiquen el conflicto. Los dos huéspedes han de convivir, mal que les pese, hasta que se recuperen y puedan regresar al frente. El período que han de pasar en el provisional hospital de campaña que es la casa de Ivo provoca en ellos un cambio de actitud que, tal vez, no está suficientemente explicitado (la brevedad de la película hace que sea muy concisa y por eso quizá precipitada en su desarrollo y desenlace), pero en su sencillez se impone por su llamada a la resolución pacífica de los conflictos. Resulta aleccionadora la imagen de este buen samaritano asistiendo a Caín y Abel (diríamos más bien que los dos son Caín), intentando que ambos no den rienda suelta a sus impulsos homicidas.
Ya he aludido a la breve duración de la propuesta (que no llega a la hora y media), pero ello no reduce su interés. Diría más bien que lo acrecienta, saturados de producciones de duración excesiva. No digo que la duración de una película sea criterio básico de valoración, pero en muchas ocasiones es motivo para observarla con interés o desapego. Ya se dice que “lo breve, si bueno…”
Los pocos personajes protagonistas (y apenas algunos más secundarios) aligeran la historia reduciéndola a lo esencial, casi de modo minimalista, y acentuando su mensaje conciliador.
Antonio Venceslá Toro, cmf