La prohibición de matrimonios interraciales, contradiciendo derechos humanos fundamentales, ha sido una norma legal imperante hasta no hace demasiado tiempo. De hecho, Loving ilustra la lucha de una pareja apellidada así, aunque como título de la película podría ofrecer también una lectura más evidente (amarse es el delito que han cometido). Ayudados por un abogado intentan convertir en ilegal esa prohibición. Cosa que consiguieron en 1967.

Richard y Mildred viven en el estado de Virginia. Él es blanco, ella no. En el país se vive con vehemencia la lucha por los derechos civiles de la población de color. Ellos solo desean casarse porque se quieren. No hay reivindicaciones más allá de ese sentimiento. Para ello viajan a Washington y se casan. Pero al regresar han de mantener en secreto su nuevo estado. Pero todo termina por saberse. Y surge el conflicto que constituye el meollo de Loving.

“Dígale al juez que la quiero”. Ese es el único argumento que Richard Loving esgrime cuando su abogado le pregunta si desea decirle algo al juez que va a juzgar su caso. El amor que les une es más fuerte que las dificultades y penurias que han de enfrentar. Por él, y gracias a él, aguantan años de alejamiento de sus seres queridos, de la tierra que les vio nacer y que les es familiar y entrañable.

Juntos fortalecen el vínculo que les une y hacen de cualquier lugar su morada, superando la nostalgia, pero no el olvido. Richard y Mildred son personas sencillas, no parece que su caso obedezca a razones de oportunismo político, sino de sentido común. Porque para ellos es lo más común: quererse y que les dejen tranquilos, felices por estar juntos. Otros harán de su amor (o mejor, de su imposibilidad de vivirlo) bandera de protesta y motivo de controversia. Y gracias a su constancia abrirán caminos por los que muchos otros transitarán.

El realizador Jeff Nichols no adorna la historia con piruetas formales ni exhibe demasiado una voluntad de retratar la historia. Los hechos que narra, aun cuando fueron, como he dicho, un hito en la legislación de Estados Unidos, parecen estar presentados como letra pequeña y nada grandilocuente en la honrosa relación de gestas que iluminaron muchas vidas. Por esto, no carga las tintas en presentar esa y otras injusticias vividas por la población de color. El amor que Richard y Mildred se profesan es la protesta más evidente. Su simple existencia hace que cualquier exceso resulte superfluo. Ni música que se imponga a la narración, ni bonitos paisajes que adornen la historia. Solo un amor limpio y sincero. Nada más. Y nada menos.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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