Fue en 2003 cuando Sofía Coppola, hija del famoso realizador Francis Coppola, se aventuró en la realización cinematográfica con una película que atrajo la admiración de muchos. Se titula Lost in translation (así, sin traducir, fue estrenada en nuestro país y es conocida desde entonces). Fue el primer eslabón de una filmografía que ha ido aumentando y ofreciendo retazos de vidas desde una perspectiva moderna y nada académica.
Los perdidos del título son sus protagonistas: un actor venido a menos que ha viajado a Japón para rodar unos anuncios publicitarios de una marca de whisky; y una joven que ha acompañado a su marido, fotógrafo, que tiene trabajo en la capital japonesa. La interpreta una actriz joven y guapa llamada Scarlett Johannson. Mientras su esposo ocupa su tiempo en sus tareas profesionales la joven se aburre y mata su tiempo en la habitación del hotel o deambulando por las calles atestadas de gente de la gran ciudad. Paralelamente, el actor, a quien interpreta de manera muy convincente Bill Murray, algo hastiado del trabajo que le ha llevado allí y cansado de repetir incesantemente tomas del anuncio asintiendo a las instrucciones del director en un lenguaje que no entiende ni desea entender, ocupa su tiempo libre también en soledad, bien en el bar del hotel o en las calles de la ciudad. Era inevitable que ambos tendrían que encontrarse.
Y cuando lo hacen, tímidamente primero, confiados y a gusto en su mutua compañía, después, asistimos al encuentro de dos soledades, dos vidas que son vividas con cierto disgusto o, al menos, con un sentido de nostalgia o sentimiento de pérdida, de lo que podía ser… No quiere decir que ambos estén necesitando huir de la vida que han elegido (ni uno ni la otra parecen estar huyendo de nadie), sino que más bien, perdidos en tierra de nadie, o en un tiempo vacío, precisan apoyarse mutuamente para sobrellevar mejor la situación que viven.
El transcurso de los hechos podría conducir a la historia sentimental que los una. Y es verdad que es sentimental, porque Lost in translation habla de sentimientos y retrata el mundo interior de ambos protagonistas, sus carencias, sus deseos.
La película se apoya en la interpretación de los dos personajes. Bill Murray entrega un trabajo casi minimalista, que no parece suponer esfuerzo, como si no actuara, como si fuera simplemente él, de manera ascética, colocándose ante la cámara y dejar que ésta atrape su figura. Scarlett Johansson se deja llevar por la simplicidad de su compañero y nos ofrece también su estar casi flotando en el marasmo del torbellino de Tokio.
Me parece estupenda y la recomiendo vivamente.
Antonio Venceslá Toro, cmf