Los extremos van juntos

Para que salte una chispa eléctrica son necesarios dos polos: el positivo y el negativo. Ambos consiguen que brote la luz. Algo parecido ocurre con nuestra propia vida. Es un ininterrumpido oscilar entre dos polos contrarios. Eso es lo que la hace más auténtica y fecunda. Algunos ejemplos explican ese axioma:

  • Una persona anhela su jubilación durante su época laboral. Pero, cuando le llegan los días soporíferos y monótonos del retiro, no puede evitar una ostensible nostalgia de las bondades del trabajo.
  • Solo quien cae enfermo, llega a valorar de forma cabal lo que significa la salud; una salud que antes, por diversas circunstancias, tal vez descuidó o incluso despreció. La enfermedad revela, pues, lo mejor de la salud.
  • No hay nada mejor que pasar hambre para justipreciar los alimentos recibidos y que, en ocasiones, se desprecian por ser poco sabrosos, o se tiran a la basura por parecer demasiado malos.
  • Cuando se masca prolongadamente la soledad y el aislamiento es cuando más se echa en falta la amistad y la compañía de otras personas… ¡incluso hasta de mascotas! A solas no se llega a paliar el desamparo.
  • Las pérdidas, sobre todo cuando son repentinas e irreparables, hunden en estado de duelo. El duelo evidencia la cotización a la alza de los que faltan, y a los que tal vez no se les dio la justa importancia.

Otros muchos más ejemplos sacados de la vida nos llevan a la misma conclusión: Un ritmo monocorde de vida es tranquilo y deseable, solo aparentemente. Al final, resulta incoloro y aburridísimo. Entonces, vivir consiste en saber manejar la alternancia de situaciones contrarias. Incluso empujar para que se den.

La misma conversión es pasar del mal al bien. En esa línea se mueve esa misteriosa paradoja de la que habla san Pablo: “Cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2Cor 12,10). Por eso, haber caído en pecado no es una tragedia irreparable, nefasta y negativa. Muchas veces -más de las que nos creemos- se convierte en el necesario punto de apoyo para dar el salto, en una vivencia que nos despierta, en un error que nos avisa y nos mueve a la transformación. El pecador, a menudo, está más cerca de Dios de lo que suele parecer. Y, por supuesto, de lo que suelen pensar los “perfectos” de este mundo.

Tenemos que darle gracias a Dios porque no nos ha arrojado a una existencia de color gris, sosa y repetitiva, sino que nos da a probar el sabor ácido del dolor para luego hacernos gozar de las mieles de los momentos felices. Pero tenemos que prestar atención: Esos dos polos recorren ininterrumpidamente las etapas de nuestra vida. Ambos extremos son necesarios y preciosos. Siempre van juntos.

Juan Carlos cmf

(FOTO: jigsawstocker)

 

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