LOS BEBÉS NO SUEÑAN CON DINERO

«Algunos dicen que la felicidad vive lejos. Otros que reside en nuestra propia casa. Pero la verdadera felicidad vive en la cuna de un niño engendrado con amor».

No sé si Freud conocía este proverbio chino. Sé que Freud, para aprender lo que es la felicidad, le gustaba contemplar la paz angelical, el sosiego que se estampa en el rostro del niño amado. «La riqueza no nos hace felices -concluía- y la prueba está en que el dinero nunca fue un deseo de la infancia». Los niños no sueñan con el dinero, ni con el sexo, el poder, la gloria o la vanidad. Su felicidad tiene la forma de brazos, de cuello, de mama y de mimo. Son felices en la medida en que sienten olas y momentos de cariño.

Mucha gente piensa que la mayor felicidad a la que una persona puede aspirar es la de vivir momentos de alegría y momentos de tristeza, tiempos de rabia y tiempos de amor, horas de desilusión seguidas por otras de fe ardiente. Una novelista dice que pasamos la vida en una desconcertante nubosidad variable (título del libro). Debido a esta volubilidad atmosférica, dejamos de tender a la felicidad plena y nos contentamos con las palomitas tan de moda, llamadas «bienestar» y «calidad de vida».

Entendemos por «bienestar» una existencia abastecida de medios materiales suficientes para tener acceso a la educación y a los cuidados médicos, y no quedarnos sin empleo y protección social. ¿Importante? Sin duda, y cualquier sociedad justa debe buscar todo esto para sus ciudadanos. Todo esto y otra cosa más, la «calidad de vida»: buenas infraestructuras, actividades culturales que afectan al cuerpo y al espíritu, posibilidad de relaciones humanas.

¿Componen estas cosas una vida feliz? El hecho es que los adultos tomamos todo lo que podemos, haciendo depender la felicidad del consumismo y de la comodidad.

Quizás la mayoría de la gente nunca ha dedicado un minuto a reflexionar sobre por qué compra un coche en particular, por qué se empeña en comprar el último ordenador o una vivienda demasiado cara para su bolsillo.

Conviene saber que, una vez satisfechas las necesidades básicas, de alimentación, casa, ropa, salud, las sociedades gastan la mayor parte de su haber en satisfacer necesidades psicológicas:

  1. a) necesidades de identidad. El deseo de pertenecer a un grupo social lleva a los adultos y jóvenes a consumir los productos que el grupo aprecia. De ahí el tiro al coche espectacular, al abrigo de piel, a los pantalones de marca.
  2. b) necesidades de seguridad. Perdido en la jungla de las infinitas ofertas, el consumidor se aferra a determinadas marcas para estar seguro de acertar en la elección.
  3. c) necesidades de compensación. La soledad, un disgusto, un fracaso profesional nos impulsan a adquirir productos que no despertarían interés si tales situaciones no existieran.
  4. d) necesidades de novedad. El deseo de cortar la monotonía de la vida, de alterar algo, nos incita a consumir artículos fácilmente prescindibles.

En cualquier caso, ¿tiene la felicidad relación directa con la gula del consumo? ¿Aumentar indefinidamente la pila de los artículos del mercado significará elevar la barra de la felicidad?

La mayoría de las acciones que dan felicidad no necesitan baratijas. Saborear las relaciones humanas, pasear, contemplar paisajes y monumentos, reflexionar, nada de esto exige gastos. Otras actividades suponen algún gasto, pero no dan más felicidad las que, en principio, son más caras. Leer, practicar algún deporte, escuchar música, compartir una comida agradable… todo esto nos ayuda a saborear la vida. Por no hablar de la alegría de ejercer algún tipo de solidaridad. Ésta da mayor satisfacción que el dinero, el poder o el prestigio.

«De cuántas cosas no necesito» -decía el filósofo Séneca-, decía san Felipe Neri.

Quisiera contraponer dos tipos de personas: las que necesitan ser podridas de ricas y atascarse en orgías para regocijarse y las que son felices hasta el sótano de su propio ser, viviendo con sobriedad y derrochando paz y amor. Las más libres y felices, ¿cuáles serán?

 

Abílio Pina Ribeiro, cmf

(FOTO: Minnie Zhou)

 

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