Los asesinos de la luna

Los asesinos de la luna, la última película de Martin Scorsese, es cine de otro tiempo. En una época en que los grandes éxitos se centran en historias fantásticas, ubicadas en un futuro impreciso, esta película mira al pasado y no tiene nada de fantástica, salvo el rigor de la puesta en escena, la exactitud de las interpretaciones, y un guion preciso y milimétrico que nos acerca a una historia espeluznante, realmente sucedida en la década de los años veinte del siglo pasado. Han pasado cien años y las situaciones retratadas rezuman tal cantidad de egoísmo y ambición, por un lado, y victimismo por otro, que parece que no pasa el tiempo. La historia efectivamente se repite una y muchas veces. Porque siempre hay víctimas y hay victimarios. Quienes hacen el mal y quienes lo sufren.

Los indios osage fueron expulsados de sus tierras y obligados a vivir en reservas en una tierra desértica y estéril en el estado de Oklahoma. Pero, cuando se descubrió petróleo en grandes cantidades en aquellas tierras improductivas, la riqueza de los pobres creció de manera portentosa. Los primeros minutos de la película nos ofrece la información previa que explica el desarrollo de todo lo que sucede posteriormente. Imágenes de documentos de la época nos muestran que los indios se convirtieron en el colectivo con la renta per cápita más alta del mundo, lo que les llevó a ostentar un ritmo de vida y de propiedades insólitas. Ello generó el deseo de riqueza de los potentados blancos que tramaron apropiarse de lo que no les pertenecía, incluso con el uso de la fuerza y la violencia, llegando al asesinato. Los asesinos de la luna, portentosa película, retrata todo este encuentro de fuerzas dominadoras y dominadas.

Un reparto amplio, al frente del que hacen gala de su arte Leonardo di Caprio, Robert de Niro y Lily Gladstone, ponen en pie la monumental historia (por su envergadura y por la duración de la producción de Scorsese, 206 minutos que no se hacen demasiado largos) de la trama criminal sufrida por los tristemente afortunados indios que perdieron la vida por la envidia que provocaron. La historia que abarca varios años precisa de la intervención de muchos intérpretes, algunos de ellos con papeles casi testimoniales, y de múltiples escenarios y situaciones, que conforman un fresco histórico de gran valor.

Por primera vez Scorsese se adentra en el western, género que ha dado películas de gran consideración en la historia del cine, y lo hace denunciando la masacre sufrida por los indios, antagonistas en tantas producciones y convertidos en ésta en las víctimas de los responsables de su desgracia.

Si el prólogo de la película se sirve de documentos de la época, el epílogo utiliza el recurso de los programas radiofónicos típicos de la época que recreaban con recursos rudimentarios pero eficaces las historias que narraban. Y como colofón de todo el entramado nos regala la interpretación impagable del propio realizador interpretando al presentador del programa de radio. Como una firma estampada a pie de página, dando fe de lo que ha narrado y ofreciendo así una de las obras más valiosas de su larga filmografía.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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