Los archivos del Pentágono

El pasado domingo, el papa nos recordaba en su mensaje con motivo de la Jornada de las Comunicaciones Sociales que “el antídoto más eficaz contra el virus de la falsedad es dejarse purificar por la verdad”. En un tiempo como el nuestro, en el que las fakes news parecen adueñarse de los medios, es oportuna una película como la que comento: Los archivos del Pentágono, del siempre oportuno Steven Spielberg.

En el cine de los últimos cincuenta años destaca con fuerza el nombre de este realizador norteamericano. La luz de sus películas destaca iluminando las salas de cine. No siempre valorado por la crítica, ha logrado el beneplácito de millones de espectadores que disfrutan de las historias que ofrece. En unos casos pretende el entretenimiento y la diversión (y raramente defrauda); en otros, sus intenciones van más allá ofreciendo su particular visión de algunos acontecimientos de la historia más o menos reciente (el holocausto, la segunda gran guerra, el conflicto árabe-israelí, la segregación racial en EEUU, la guerra fría) en películas como La lista de Schindler, Salvar al soldado RyanEl color púrpura, Munich, El puente de los espías, Lincoln, Amistad…

A esta lista de películas hemos de añadir la penúltima estrenada en nuestro país. En Los archivos del Pentágono, Spielberg nos relata una historia de comienzos de los años setenta del siglo pasado: las mentiras persistentes de las sucesivas administraciones del gobierno federal sobre la guerra de Vietnam pueden salir a la luz, gracias a unos archivos secretos que han llegado a las manos de unos periodistas del New York Times, primero, y de Washington Post, después. Es en éste último en quien fija su mirada un guion preciso y fiel a los hechos. Particularmente la película se centra en el debate íntimo vivido por Katherine Graham (a la que interpreta Mery Streep, en una interpretación que confirma algo evidente: los premios Oscar no siempre recalan donde se merece), propietaria y editora del Post, en quien recae en última instancia la decisión de publicar los archivos, contraviniendo una sentencia judicial que lo prohibía y las amenazas de la Casablanca que hicieron todo lo posible por impedirlo. Junto a ella, el director Ben Bradlee, interpretado por Tom Hanks, se erigen en defensores de la libertad de prensa, porque, como indicaba la histórica sentencia del Tribunal Supremo que apoyó la decisión de proteger el derecho de los periodistas a publicar los archivos, “la libertad de prensa está para proteger no a los gobernantes, sino a los gobernados”.

No solo la libertad de prensa, sino la honestidad personal guía en su conducta a los dos protagonistas. Katherine Graham era amiga personal del que fue Secretario de Defensa de las administraciones de los presidentes Kennedy y Johnson, responsable en buena parte de las falacias oficiales; y Ben Bradlee había sido también amigo personal de John Kennedy. No obstante, se mantienen fieles a sus convicciones y asumen el riesgo de hacer pública la verdad.

Y señalaba al comienzo, lo pertinente que es una película como ésta que defiende la posibilidad de informar y además de hacerlo con honestidad, sin falsedades ni informaciones sesgadas.

La última secuencia confirma que el poder corrupto no aprende de sus equivocaciones y continúa intentando perpetuarse utilizando medios ilegales. De algún modo, Los archivos del Pentágono tiene su continuación en Todos los hombres del presidente, filmada en 1976. Las investigaciones del caso Watergate terminaron provocando la dimisión del entonces presidente de EEUU, que es también aquí quien mueve los hilos de la mentira.

Es innecesario añadir que, además de la profundidad de la propuesta, Spielberg consigue una vez más entretener y justificar sobradamente las dos horas que empleamos en verla.

Antonio Venceslá, cmf

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