¿Quién no ha visto alguna película de Don Camilo? Bueno, tal vez no proceda comenzar así. Los más jóvenes –si alguno me lee- me responderá que no ven películas en blanco y negro. Pero, merece la pena traer una breve anécdota de una de las novelas de Giovanni Guareschi llevadas al cine, donde se recoge uno de los frecuentes y sabrosos diálogos que el bueno de Don Camilo, párroco de una aldea italiana, mantenía con la imagen del Cristo de su parroquia:
«Don Camilo miró hacia arriba, hacia el Cristo del altar mayor, y dijo: “-Jesús, en el mundo hay demasiadas cosas que no funcionan”. “-Yo no lo creo así”, respondió el Cristo. “-En el mundo lo único que no funcionan son los hombres”».
Esta anécdota nos ofrece una reflexión muy sencilla, pero sin duda necesaria, que nos ayuda a desenmascarar la mentira que esconden muchas de nuestras frecuentes quejas sobre “tantas cosas que no funcionan”, y que nos conducen directamente a acusar: la culpa es siempre de otro, o de otros, o de otra cosa.
Con cuanta frecuencia oímos decir: “Las estaciones del año no son como antes”, “la escuela es un auténtico desastre”, “mi párroco es un pelmazo con sus homilías”, “qué raro es mi vecino”, “con estos precios, no hay quién pueda”, “no hay que fiarse de ningún político”, “la televisión está de pena”, “mis hijos son unos indolentes”, “el deporte no es más que un sucio negocio”… Podríamos alargar hasta casi el infinito la lista de las amargas críticas que contaminan nuestros pensamientos y nuestras conversaciones, reducidas a un solo común denominador: Lo mal que va todo hoy.
Pensando bien las cosas, jamás deberíamos olvidar que en el centro de la historia, quien está en realidad es el ser humano, cada persona. Tú y yo. Con nuestra voluntad, inteligencia y libertad hacemos que las cosas funcionen o no. Es verdad que hay condicionamientos, pero no podemos estar culpando siempre a los otros de que las cosas no marchen como desearíamos. Probemos a examinar nuestra conciencia y despertemos nuestro sentido de responsabilidad.
Una vez, le preguntaron a la Madre Teresa qué era lo que había que cambiar en la Iglesia, por qué pared de la Iglesia se debía empezar. “¿Por dónde – le preguntaron –, Madre, hay de empezar?”. “Por ti y por mí”, contestó ella. ¡Tenía garra esta mujer! Sabía por dónde había que empezar. También ahora le robamos la palabra a la madre Teresa: “¿Empezamos? ¿Por dónde? Por ti y por mí”.
Juan Carlos Martos, cmf