Lo oculto de los cuentos

Nunca llegaremos a entender del todo el misterio del dolor y del sufrimiento. Por ser un misterio nos aterroriza, nos cuestiona, nos escandaliza… hasta el punto de hacernos renegar de la bondad Dios e incluso blasfemar su santo nombre. Necesitamos formas de acercarnos a este misterio para digerirlo sin atragantarnos. Eso lo consigue el cuento, la buena ficción, que no es una mentira, sino la creación de unos personajes que condensan en sí algo común a todas las personas y nos enseñan a entrar en lo más profundo. Eso es lo que consigue un cuentecillo de K. Gibrán, que es mucho más que un simple cuento. Se trata del cuento de «las dos ostras».

Una ostra se quejaba a su vecina:

  • Siento un gran dolor. Es un dolor fuerte y pesado, como si fuese redondo. ¿Tú no sientes nada?

Con suficiencia mal disimulada, la otra ostra respondió:

  • ¡Oh!, yo no siento ningún dolor. Y me cuido, ¿sabes? Y ésa es sin duda la razón de que me sienta maravillosamente bien, por fuera y por dentro.

Y repitió muy satisfecha y llena de sí:

  • Yo me cuido ¿sabes?

En ese momento pasaba por allá un cangrejo y dijo a la ostra autosuficiente:

  • Tú te cuidas y no sufres, es verdad. Pero lo que tú no sabes es que el dolor que siente tu compañera es una perla preciosa que lleva dentro.

¿Tendríamos perlas sin ostra-madre? Todos tenemos que aprender a esperar, a esperar responsablemente… En el dolor, ahí mismo, inadvertida, sepultada, como en semilla… ahí mismo se esconde la alegría, la paz… ¡Dios! Porque “si el grano de trigo no muere...” ¡Misterio! Solo lo que muere, llega a nacer… solo la ostra que sufre llega a ser madre… Solo la persona que entiende de sufrir y de esperar, llega a ser plenamente humana y fecunda.

Alguien lo consiguió entender a través de una experiencia personal. Llevaba una temporada con fuertes dolores de lumbago. Un día se atrevió a pedirle al Señor que se los quitase. Durante muchos días siguió suplicándole. Pero, en un momento le dijo: –Nada te pido, Señor. El lumbago me hiere y tú sabes cuánto. Pero ese lumbago puede que me esté haciendo un bien inmenso: me pone cada dia pobre y desarmado ante Ti… ¿Entonces? Entonces me abandono en tus manos, Señor. Tú sabes mejor que yo, dónde está mi verdadero bien.

Si lo miramos así, desde Dios, todos nuestros sufrimientos tienen un sentido porque… ¡son semilla de resurrección! Pero antes de entenderlo con nuestro pequeño cerebro humano, todo se oscurece y se vuelve misterioso. Las cosas son difíciles antes de ser fáciles. Hay que atreverse a esperar y confiar.

Juan Carlos cmf

(FOTO: Dagmara Dombrovska)

 

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