Las ocho montañas

Recomenzamos nuestros comentarios semanales después del paréntesis veraniego con una película atractiva titulada Las ocho montañas. Está basada en una novela que no tengo el gusto de conocer. Aunque ha sido considerada por algún crítico como un insufrible pastiche new age, me parece un juicio injusto porque es más que interesante y merece la pena dedicarle atención, aunque es un pelín larga, cosa frecuente en estos tiempos.

Pietro y Bruno se conocen en un pueblo montañés (supongo que en los Alpes italianos), al que el primero ha ido a pasar el verano acompañado por su madre, mientras su padre permanece trabajando en Turín. Bruno es el único niño de la escasa población del pueblo y trabaja con un tío cuidando y ordeñando las vacas. Es un chaval de montaña que parece destinado a vivir su vida rodeado de los altos picos nevados que observa cada día. Ambos niños pronto congenian y su amistad, que supera contratiempos, y se mantiene constante con el transcurrir de los años, es un eje principal que vertebra las distintas situaciones que nos ofrece la película. El otro es la relación paternofilial que une a ambos niños con sus respectivos padres (más en el caso de Pietro que de Bruno) y que ocupa también un lugar significativo en el argumento.

La historia se sitúa en su mayor parte en las altas montañas (incluso en Nepal a donde viaje Pietro con frecuencia) que nos ofrecen paisajes hermosos que se presentan también como protagonistas que acompañan la aventura vital de los dos amigos. Se trata de un itinerario salpicado de largas ausencias, años incluso, y de trabajos compartidos (la reconstrucción de la casa en la montaña que actúa como vínculo material que les une).

Es una amistad que a veces es puesta a prueba por la distancia que les separa (Bruno permanece siempre fiel a la montaña que le vio nacer; Pietro deambula por distintos escenarios en busca de sí mismo y de la razón de ser de su vida), pero siempre queda como testimonio del respeto que se profesan y la necesidad de encontrar apoyos que den consistencia a sus vidas.

Un aspecto singular de Las ocho montañas es la banda sonora que puede entusiasmar a unos y resultar excesiva para otros. Y es destacable también la interpretación de los dos protagonistas (niños, jóvenes y adultos), si bien en algún caso el doblaje resulta algo impostado.

Nos queda, en conclusión, una película interesante que nos invita a acompañar las experiencias vitales de los dos amigos y a compartir con ellos sus esfuerzos por dotar de razón y sentido sus vidas. Es una empresa nada fácil que les ocupa y nos ocupa toda la vida.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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