Las leyes de la frontera

La frontera del título de esta interesante película es un lugar geográfico (separa dos mundos, el de la clase media con pretensiones y el barrio sin horizontes ni futuro donde viven los quinquis mascando su pesar con pastillas y heroína), pero es también, y no con menor intensidad, un lugar emocional (donde residen los recuerdos lejanos de lo que pudo suceder, pero jamás sucedió, dejando tras de sí una huella indeleble que el tiempo no ha borrado).

Las leyes del título son el peaje que sus protagonistas han de pagar por transitar por los lugares que visitan y por la edad que tienen, sabiendo que unos y otra circularán sin detenerse y los dejarán envueltos en nostalgia por lo que fue, por lo que pudo haber sido.

Ignacio, “Gafitas” procede de un lado de la frontera; Zarco y Tere del otro. Las circunstancias les llevan a juntarse. Son los protagonistas principales de la historia, quienes nos acompañan y comparten sus emociones, dolores, luchas, anhelos, amores, miedos… Ignacio, llamado a una vida burguesa y acomodaticia, se ve inmerso en un torbellino de sensaciones, conducido por el deseo de escapar de quienes le han convertido en el objeto de sus bromas y de encontrarse con esa adolescente racial, tan distinta a él mismo, que le enamora sin remedio. Y cruzará la frontera una y muchas veces, para encontrarse a sí mismo y vivir una vida desconocida, o al menos lejana y destinada a otros, no a él.

Basada en una novela de Javier Cercas, Las leyes de la frontera mueve sus hilos en dos tiempos que le otorgan un matiz singular. Está narrada como un largo flashback, más de veinte años después de los hechos que ocupan la mayor parte del metraje acaecidos durante el verano de 1978. El hecho de comenzar así (cosa que de algún modo también sucede en la novela de Cercas, aunque en este caso su estructura es más compleja) concede a la historia un regusto nostálgico que se intensifica al final de la película, cuando habiendo vivido todo lo que hemos contemplado durante casi dos horas, Ignacio, ahora un abogado bien situado, deja su mente volar para recuperar la particular odisea de aquel verano inolvidable y, sobre todo, el recuerdo marchito definitivamente de Tere y el grupo de delincuentes del que formó parte.

Daniel Monzón, su realizador, ya ha dado muestras de su tacto para acercarnos historias ubicadas en un mundo marginal regido por leyes propias y personajes marginales (Celda 211 y El niño). En Las leyes de la frontera incide en esto mismo, tomando la novela de Cercas como pretexto, quitándole las muchas capas de la narración (formada por largas entrevistas a los protagonistas), y quedándose con la línea argumental más evidente (las andanzas del grupo de delincuentes juveniles en el verano de 1978). Es justo destacar el trabajo de dirección artística que nos hace retroceder a ese tiempo ya lejano, ayudado por la música típica de la época y del contexto social en que se mueven estos jóvenes marginales a los que sus noveles intérpretes (muy posibles candidatos a los premios de actores o actrices revelación) les dan vida de manera muy creíble.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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