LAS FLORES BAJO LA VENTANA

William Osler fue uno de los médicos más brillantes de su generación (1849-1919) y la narración de su vida llena dos volúmenes gruesos.

Viajaba en un transatlántico y observó que, a determinadas horas, el capitán pulsaba un botón y varias zonas del buque quedaban aisladas unas de otras.

Cada uno de nosotros -pensó el Dr. Osler- es más maravilloso que la gran nave y tiene que hacer un viaje mucho más largo. ¿Dónde estará el secreto del éxito, la mejor manera de llegar a buen puerto? «Vivir cada día en un compartimento completamente cerrado». Es decir, separar el pasado -los días muertos de ayer-, separar el futuro -el mañana que aún no ha llegado- y vivir plenamente cada día. Disfrutarlo poco a poco. Exprimirle todo el jugo.

Porque la mayoría de los hombres y mujeres no actúan así, anda por ahí mucha gente cansada y nerviosa, poca gente equilibrada y feliz.

Correr una cortina de hierro sobre el pasado y otra sobre el futuro, bien sé que no se convierte en una empresa fácil. Pero hay que intentar vivir cada día de lleno y por separado. El secreto del éxito reside ahí.

Muchos hombres y mujeres se pasan la vida gimiendo como las tórtolas. Viven de recuerdos, lamentos, nostalgia. Otros graznan como los cuervos: cras, cras, palabras que en latín significan: mañana, mañana. Viven de sueños vagos, sueños y espejismos, cuando no de inquietudes y ansiedades. El peso de ayer, sumado a las nubes de mañana,  los dobla, los aplasta, cada hora que pasa.

Es más sensato imitar al jilguero. Canta porque tiene una canción que cantar. La vida que tenemos que vivir es el día de hoy. ¿Por qué desperdiciar energías lamiendo viejas llagas o llorando por los felices días del pasado? ¿Por qué envenenar el presente con las posibles amarguras del futuro? ¿O por qué soñar con un rosal mágico más allá del horizonte en lugar de disfrutar de las rosas que florecen bajo nuestra ventana?

William Osler animaba a sus alumnos a comenzar el día con la oración de los cristianos: «…el pan nuestro de cada día dánoslo hoy». La oración pide solo el pan de hoy. No se queja del pan duro que trincamos ayer ni nos quiere afligidos con la posibilidad de que nos falte la rebanada de mañana.

Bien sé que el autor del Padre Nuestro no nos prohibió pensar en el día de mañana, antes nos mandó estar alerta y vigilantes. Lo que nos dijo fue que cada día es suficiente con su trabajo.

La única certeza es el día de hoy. El ayer, bueno o malo, ya no nos pertenece; el mañana, ¿quién sabe si nos pertenecerá? De hecho, para cada uno de nosotros, no existe un mañana. Si llegamos allí, será otro hoy. La eternidad será uno hoy permanente, un día sin ocaso.

Ciertamente, necesitamos preparar cuidadosamente nuestro futuro. Necesitamos estudiar para tener las cualificaciones necesarias. Tenemos que descontarlo para la jubilación. Ahorrar algo de dinero para la vejez o la enfermedad. Hacer planes para el futuro. Sin embargo, no debemos preocuparnos innecesariamente.

Entre el estéril suspirar y el inútil esperar hay que abrir los ojos a la realidad actual y encarar los desafíos del presente. La respuesta a la vida importa darla hoy -y después en una ininterrumpida sucesión de hoy-. Hay que construirla, hoy y hoy, ladrillo a ladrillo, como se construye una casa. Hoy puedo dejar de fumar. Hoy por hoy lograré hacer aquel trabajo. Hoy no tendré miedo de enfrentar aquel problema. Hoy haré feliz a quien me rodea. Hoy puedo aceptar a esa persona. Hoy puedo iniciar esa obra. Puedo vivir con dulzura, honestidad y paciencia hasta el atardecer. Hoy puedo enmendar ese procedimiento equivocado. Hoy puedo empezar una nueva vida, hacer de ella una obra maestra. Hoy puedo dar mi sonrisa, mi abrazo, mi cariño, mi ayuda, mi perdón, mis flores; mañana puede que ya no sean necesarias.

La mejor manera de prepararnos para el día de mañana es concentrarnos en el presente,  de emborracharnos en lo que estamos haciendo, como un golfista. Invertir toda nuestra inteligencia, todo nuestro entusiasmo en la actividad que tengamos entre manos, para que sea la más bella y la más fecunda posible. Somos fieles a lo eterno en la medida en que no traicionemos el instante.

El sabio no es aquel que dice: «cuando crezca; cuando me retire…» Es lo que vive, sin distracciones y con responsabilidad, el mensaje del presente. Nadie se aprovecha de las grandes ocasiones que le surjan mañana, si no aprovechar las modestas y banales ocasiones diarias.

Nuestro amigo el Dr. Osler tenía sobre la mesa de trabajo el «Saludo al amanecer» del indio Kalidasa. El poema termina así: «Cuida bien el día de hoy. / He aquí el saludo al amanecer».

Yo antes prefiero el Salmo 118: «Este es el día que hizo el Señor./ Alegrémonos y alegrémonos en él».

Efectivamente, ¿por qué no vivirlo de lleno? ¿Por qué nublar el firmamento,  proyectando sobre él las sombras del pasado o las posibles amenazas del futuro? ¿Por qué no apreciar las rosas que florecen bajo mi ventana?

 

Abílio Pina Ribeiro, cmf

(FOTO: Noah Näf)

 

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