La valentía de ayudar, o cómo los migrantes cambian vidas

Asistir a una tragedia cambió la vida de José Antonio Benítez y le hizo dejar atrás su trabajo como profesor para dedicarse a ayudar a los migrantes que llegan a España.

Este sacerdote católico, que por entonces vivía en Sevilla, solía llevar a grupos de estudiantes adolescentes a Tánger para pasar un par de semanas trabajando con migrantes.

«Había mucho prejuicio con el tema de la inmigración y los prejuicios solamente se rompen cuando te enfrentas a esa realidad, y la ves cara a cara, la tocas, la hueles», dijo Benítez, de 57 años.

Al final del viaje, volvían en barco a España cuando de repente vieron a cinco personas adultas en una pequeña embarcación hinchable que zozobraba en un mar peligroso.

«Se acercó el catamarán. Al ser un catamarán, no podía apagar motores, porque el mar estaba muy movido» y «podía irse a pique».

«Nos fuimos acercando con la mala suerte de que chocó y se fueron al agua. Todo el pasaje estábamos allí gritando», pero no sirvió de nada. Finalmente, los vieron ahogarse.

Tres murieron, pero dos pudieron ser rescatados. Un miembro de la tripulación que se había lanzado al mar para tratar de ayudar desapareció bajo el catamarán y murió.

«Fue un desastre tremendo. Es un drama que tengo aquí y que lo revivo constantemente. Fue la experiencia que me provocó el cambio», narró a la AFP.

Con la ayuda de su superior, renunció a la enseñanza y empezó a trabajar completamente con los migrantes, primero en Málaga, y, desde el verano (boreal) de 2019 en la isla de Gran Canaria, donde ayuda a familias a buscar a los desaparecidos en la ruta de las Canarias. Además, trabaja como capellán con los recién llegados a los centros de internamiento de migrantes.

 

 

Un hogar

Para Adelina Abdola, una vecina de 56 años del barrio de La Isleta, en la ciudad de Las Palmas, fue una manifestación la que cambió su vida y la llevó a abrir su casa a migrantes sin residencia.

«Cuando veía las noticias de cuando llegaron ellos a Arguineguín, sin acogida ni nada, me pregunté, ¿qué puedo hacer?», explicó a la AFP.

Fue meses después, en una manifestación de solidaridad con los migrantes cuando se dio cuenta de cómo podía aportar ayuda.

«En la manifestación éramos todos personas blancas y de repente ellos vinieron con pancartas desde la playa como ‘Queremos sólo una oportunidad’ y se me salieron las lágrimas. Allí pensé en acoger a algunos chicos».

Somos Red, una red ciudadana que ofrece apoyo práctico a los migrantes, la puso en contacto con Modu y Mamadou, dos senegaleses de 26 años, y en una semana estaban viviendo en su casa, casi «como en familia».

Ahora acoge a Ousmane, de 32 años, que llegó en octubre y se puso rápidamente a aprender español para conseguir trabajo. Pescador de oficio, quiere aprender a trabajar de mecánico o soldador.

«Me ha ayudado muchísimo», dice Ousmane agradecido y sonriente, mientras toma un té antes de irse a clases de español.

Aunque Mamadou y Modu ya se fueron de la casa, a veces vuelven a visitarla y a comer, como en familia.

«Esta será siempre su casa», afirmó Adelina.

Pero no todo el mundo recibe a los migrantes con los brazos abiertos, y a principios de año se sucedieron durante semanas manifestaciones contra ellos, que ahora todavía se producen esporádicamente.

 

«¡Socorro! ¡Me estoy hundiendo!»

Como activista, investigadora y periodista, Helena Maleno llevaba años trabajando con grupos de migrantes cuando, en 2007, recibió una llamada que cambió todo.

«Una noche estaba en casa y un chico que tenía nuestro teléfono (…) llama y dice ‘¡Socorro, socorro! ¡Estoy en una patera, me estoy hundiendo!'».

Maleno se puso en contacto con los guardacostas de Salvamento Marítimo y éstos, gracias al número de teléfono, consiguieron dar con el hombre.

Pero las horas de espera hasta saber que todo había ido bien fueron angustiosas, afirma, evocando aquellos momentos.

Fue «una noche horrible, me dije: ‘nunca más, que nadie llame nunca más’. Pero claro, la gente siguió llamando».

Desde entonces, ha recibido innumerables demandas de ayuda. Aquella llamada desencadenó una serie de hechos que la llevaron a crear Caminando Fronteras, una pequeña oenegé española que se dedica a avisar a socorristas de España, Marruecos y más allá de las embarcaciones en peligro.

«Es verdad que tiene un coste y que es complicado y es difícil», asegura Maleno, de 51 años.

«Pero por otro lado estamos defendiendo la vida, en un momento -y lo estamos viendo con la pandemia-, en que la vida hay que ponerla en el centro».

 

Hazel WARD | Texto publicado en AFP | 3 de diciembre de 2021 | Pincha aquí para leer la versión original

 

FOTO DE PORTADA: El migrante senegalés Raban, de 26 años, el 19 de noviembre de 2021 en el estudio del artista y empresario Alex Navio en Las Palmas de Gran Canaria | Lluís Gené / AFP

FOTO DEL TEXTO: El sacerdote católico José Antonio Benítez (izq.) sonríe junto al migrante Babacar Diallo en la parroquia de Las Rehoyas, en Las Palmas de Gran Canaria, el 19 de noviembre de 2021 | Lluís Gené / AFP

 

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