Si la risa entraba dentro de las costumbres del P. Claret es un asunto sobre el que los estudiosos deben llegar cuanto antes a un resultado concluyente. Porque espanta una afirmación -razonada- del P. Claret en su Autobiografía: “Procuraba… no ser juguetón con nadie, ni me gustaba decir chocarrerías, ni remedos, ni me gustaba reír… pues me acordaba de que a Jesús jamás le vieron reír y sí llorar algunas veces” (Aut. 386). En efecto, parece que en los evangelios hay una cosa que Jesús no tiene: la risa. ¿Fue nuestro Señor un hombre raro y sombrío? ¿Lo fue también el santo misionero de Sallent?
¿Qué podemos decir al respecto? Pues que, como en todo, hay que matizar. Es cierto que provenimos de una tradición católica en la que la risa ha estado en cuarentena, por irreflexiva y bobalicona. Ha tenido -y tal vez siga teniendo- mala reputación en algunos círculos religiosos.
Frente a ello, hay un dato irrefutable: La alegría es plenamente humana. Muchos rubrican con W. Hazlitt que “el hombre es el único animal que ríe y llora, porque es el único animal que percibe la diferencia entre lo que las cosas son y lo que podrían haber sido”. ¿Hay alguien que no tenga ningún sentido del humor? Sería un robot, no una persona. Sin alegría no existe ser humano pensable.
El P. Claret no fue un triste santo, aunque le tocó vivir en contextos culturales en los que ciertas formas recatadas de temperancia y modestia eran usuales y deseables. Pero qué duda cabe de que desbordaba alegría. Lo confiesa en el número de la Autobiografía antes mencionado, donde añade el matiz precioso de que “siempre manifestaba alegría, dulzura y benignidad” (Aut. 386) Su preocupación no era evitar las risas, sino imitar a Jesús. Y Jesús del evangelio fue el bienaventurado que prometió inundar a los suyos de alegría… La alegría ocupó un puesto permanente en el corazón de Claret. Siendo niño “siempre estaba contento, alegre y tenía paz con todos” (Aut. 50). De joven y adulto mantuvo su tono afable. Y ya de misionero, con tantísimos contactos sociales a los que encandilaba con sus comparaciones, ejemplos y ardor, no podía ser en absoluto una persona estirada, gruñona y seria. Más aún, mantuvo en todo momento la intención de conservarse “siempre en un mismo humor equilibrado, sin dejarse dominar jamás de la ira, impaciencia, tristeza, ni de la alegría demasiada” (Aut. 650) y ello a pesar de los grandes disgustos y pesares que le proporcionó su misión.
Creo no desbarrar si desde aquí solicito adhesiones para conseguir que un buen artista nos talle una imagen claretiana sonriente. Sería de justicia el ir borrando de la imaginación popular la falsa idea de que el P. Claret luciera una mirada depresiva y una expresión mustia. Porque “de los santos de rostro agrio, líbrenos Dios”, como dicen que decía Santa Teresa[1].
Juan Carlos Martos Paredes, cmf
[1] Es una de las citas más conocidas de la santa, aunque no arece encontrarse en ninguno de sus escritos. Lo cual no significa que no la dijera, sino que no la dejó por escrito.