La peor persona del mundo

Si referimos el título de esta película a su protagonista, cosa que podría ser lógico, tal vez caeríamos en una injusticia. Sucede que Julie, a la que vamos a acompañar prácticamente durante todo el metraje, no es, me parece, mala persona. Si acaso puede achacársele inconstancia, poca claridad de ideas, dudas, miedos… Pero no es mala persona, insisto, con lo que el título puede resultar un tanto irónico, o pretende condicionar nuestra percepción de las maneras de vivir de esta treintañera, cuyo modo de afrontar la vida es poco convencional.

La película está estructurada en un prólogo, doce capítulos, de duración variable, y un epílogo. Desde sus primeros planos, el espectador es informado del carácter voluble de Julie. Comienza a estudiar medicina, primero, psicología, después, y abandona ambas carreras, para decantarse en tercer lugar por la escritura, y finalmente la dejaremos dedicada a la fotografía. Y esta barahúnda de decisiones la traslada también a su vida sentimental, que parece ubicarla en una adolescencia perpetua. La mayor parte de la película está centrada en la relación que mantiene con dos hombres, Aksel y Eivind. El primero es un exitoso autor de comic, que mantiene con Julie sesudos diálogos sobre los temas más variados y desea que se asiente y encuentre una orientación para su vida; el segundo trabaja en una cafetería y de algún modo está igual de confundido que ella. Siendo tan distintos, Julie se siente atraída por ambos, cosa lógica teniendo en cuenta la indecisión que la caracteriza.

El realizador noruego Joachim Trier nos ofrece, a través de la mirada de Julie, un retrato generacional en el marco de una comedia romántica. Buena parte del haber de La peor persona del mundo reside en la interpretación de su protagonista, Renate Reinsve, premiada en el festival de Cannes con el premio a la mejor actriz. Ella sostiene la película y justifica con su presencia y su mirada las decisiones controvertidas de su protagonista, haciendo que Julie resulte cercana y familiar. Así la acompañamos durante cuatro años, no especialmente cruciales, en los que vive dudando, más que decidiendo, y que sirve al realizador para enhebrar sus reflexiones sobre los temas más variados: la maternidad, la creación artística, la muerte, el compromiso, el papel de la mujer en la vida social…

Son algo más de dos horas que no se hacen largas e interesan, ofreciéndonos una mirada, no exenta de humor, a un ser humano agradable y encantador.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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