La paciencia todo lo alcanza

La paciencia no suele ser precisamente uno de los hábitos de nuestra acelerada y frenética sociedad. Lo frecuente es el estrés, los agobios, la aceleración nerviosa… Cualquiera de nosotros puede recordar situaciones que ponen a prueba su paciencia: Ese momento en el que al ordenador ultrarrápido le cuesta arrancar sin causa aparente; la espera de un médico que se retrasa sin avisar; hacer cola para un espectáculo que está a punto de comenzar; mirar ávidamente el WhatsApp a ver si llega la respuesta urgente que se espera; recibir varias demandas todas a la vez; corregir otra vez a quien no hace ningún caso en algo obvio; esperar al camarero que no acaba de traer la cuenta en un restaurante, tardando mucho más que en servir los aperitivos; salir de viaje y, justo en ese momento, ver aparecer al amigo inoportuno contando sus pesadas batallitas; el tic tac del reloj en una noche de insomnio; subir deprisa una escalera y toparse con una anciana de paso lento; no encontrar aparcamiento tras rodear varias veces la manzana; no recibir noticias de personas queridas de las que se teme su paradero; las interminables noches de Reyes de los niños… ¿Cómo solemos reaccionar en situaciones parecidas? Si es con impaciencia, rabia y precipitación… nuestra calidad de vida queda seriamente comprometida, como sugiere el apólogo indio:

“Una vez un hombre vio una mariposa que trataba de salir del capullo. Le pareció que tardaba demasiado. Entonces empezó a soplar delicadamente para romper aquella vaina transparente y lo consiguió. Resultado: ya no era una mariposa, sino un pequeño monstruo con las alas desgarradas”.

Ser impaciente, aparte de afectar al sistema nervioso, acarrea frustraciones y estados depresivos. Impide saborear lo que se tiene por estar ansiando el futuro y, cuando este llega, rara vez es satisfactorio porque se sigue suspirando por el siguiente futuro. Hay que ser fuerte para resistir el tirón de la impaciencia. No es fácil acompasar el ritmo de la vida con los propósitos y deseos. Como todo lo que vale la pena, saber esperar requiere algo de esfuerzo. Acertaba Kant el filósofo cuando señalaba que “la paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia, la debilidad del fuerte”.

Santa Teresa de Jesús supo de la importancia de esta virtud en su vida como mujer y como creyente cuando cantaba: “Nada te turbe, nada te espante, sólo Dios basta. La paciencia todo lo alcanza”. “La paciencia todo lo alcanza”, pero… ¿cómo alcanzar la paciencia? Alguien lo explicaba afirmando que “la paciencia es la ciencia de la paz”. La fórmula corre. Paciencia = paz + ciencia. Paciente es todo aquel que -como dice un salmo- aprende a “buscar la paz y correr tras ella”. ¡Sí! Y esa paz sólo nace en el propio corazón. Para los que creemos, la paciencia nos demuestra que Dios acostumbra a esconder algo que manifestará al final a los que esperan y confían.

Juan Carlos cmf

(FOTO: Cathopic)

 

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